Hace unas semanas, el Papa dio un mensaje en la Jornada Mundial de la Juventud que cambió por completo la manera en que me veía a mí misma ante Dios. Siempre, tanto en mi casa como en mi escuela, me habían repetido que Dios me amaba y había dado la vida por mí. Eso lo tenía claro. Sin embargo, pensaba en este amor no como un regalo, sino como una deuda. Pensaba que para ser hija de Dios tenía que merecerlo, tenía que hacer algo grande con mi vida que traspasara todos los límites. Pensaba que para ser santa debía de renunciar a mí misma y a mis planes, debía evitar a toda costa los errores y corregir mis acciones hasta que fueran perfectas. Pensaba que, al equivocarme en cualquier cosa, por pequeña que fuera, la mirada de Dios se volvería dura, decepcionada, triste y abatida. Me dejé guiar por el perfeccionismo muchas veces, creyendo que eso era lo que debía hacer y que Dios me seguiría amando si mis buenas acciones sobrepasaban mis errores. Siempre tuve en mente esta imagen idealizada de mí misma que buscaba alcanzar todos los días y que, por alguna razón, nunca lograba.

Imagen de Love Art. Live Art. en Pixabay
Cuando Cristo te mira no te ve con juicios o expectativas. No ve sólo el “lado bonito” o la máscara con que a veces te muestras ante los demás. Él ama todo de ti, ama cada pequeño aspecto, cada pequeña virtud o defecto, fortaleza o debilidad. Te ve como una obra de arte que debería ser mostrada en todos los museos del mundo. Te ve como una perla del fondo del mar única e irrepetible, perfecta, a su manera. No te compara con otros, no te deja de amar por equivocarte, no quiere que renuncies a ti mismo para estar con Él. ¡Al contrario! Te hizo por cómo eres por algo, te quiere así tal cual, sin necesidad de máscaras que fingen que estás bien cuando no lo estás, sin mentiras que cubran esas lágrimas que a veces quieres derramar. Dios te ama en todos tus humores, en todas tus situaciones, en todas tus equivocaciones. Dio su vida por ti y con eso me refiero a todo tú, eso que ves en el espejo y que a veces no te das cuenta de que es increíble.

Imagen de Alfonso Cerezo en Pixabay
Por sólo un segundo, mírate al espejo como Dios te ve. Por un instante, dirige tu mirada hacia Él y verás cómo te ama por cómo eres, no por como quisieras ser, y que esto nunca va a cambiar. Podrás caer, desviarte, equivocarte, fallarle pero, para Él, eso nunca significará dejar de amarte.
Comparte este artículo:
0 comentarios