Si bien nuestra percepción se inicia a través de los canales y registros sensoriales como son básicamente nuestros cinco sentidos, no podemos evitar que en el camino de la decodificación de la información que captamos del medio, se “cuelen” nuestras propias imaginaciones acerca de dicha información que, nos generarán los sentimientos que luego nos conducirán a la acción.
Este imaginario que muchas veces nos conduce a falsas “interpretaciones” está constituido por nuestros pensamientos, creencias, prejuicios, opiniones, actividad de la fantasía, etc., que nada tienen que ver con la realidad. Es por ello que resulta clave –si deseamos vivir más conectados con la realidad- que podamos deconstruir lo que construimos en la percepción para separar lo obvio de lo imaginario.
Si tu pareja no te ha llamado por teléfono (algo obvio), seguramente serás capaz de imaginar una variada gama de motivos: desde que está ocupado, no te tiene en cuenta, se ha olvidado el teléfono, se quedó enojado por un diálogo previo, tiene otros intereses, se olvidó, etc., etc., etc. Sin embargo, nada de esto se ha corroborado aún como real, sino que forma parte de tu imaginario. Y, lo que es importante tener en cuenta aquí, es que cada uno de estos motivos que seas capaz de imaginar, generará en vos distintas cargas afectivas que se traducirán en diferentes formas de actuar. No es lo mismo que creas que no ha tenido tiempo de llamarte que, que estés pensando que ya no le importa la relación.
Y estas consideraciones pueden afectarnos sustancialmente en nuestras relaciones con los demás. Es sanamente deseable que vivamos lo más plenamente posible desde lo obvio que desde lo imaginario.
Y el problema se agrava con dos cuestiones fundamentales:
- Cuando le asigno a mi imaginario el valor de verdad y no me atrevo a cuestionarlo. Así es como mis consideraciones se vuelven rígidas e inapelables y no le doy lugar a la manifestación de la verdad.
- Por otra parte, en ocasiones nosotros nos imaginamos el imaginario de los otros, y creemos saber lo que el otro piensa, siente, desea, necesita… y actuamos desde ahí sin siquiera consultarlo.
Lo mismo pasa cuando consideramos nuestra propia historia personal, nuestro autoconcepto.
- ¿Cuánto hay de obvio y cuánto hay de imaginario en lo que creemos acerca de nosotros mismos?
- ¿Cuánto hay de realidad y cuánto hay de lo que “nos dijeron” acerca de nuestro ser?
- ¿Cuántos “no puedo” han sido incorporados sin siquiera ser cuestionados?
Te invito a repensar tu relación con vos mismo y con los demás a la luz de sopesar qué lugar ocupa lo obvio y lo imaginario en tu manera de relacionarte y de vivir.
Finalmente, estoy convencida que, en lo más profundo de mi ser, Dios mismo es lo que me da sentido, devolviéndome la alegría de caminar a pesar de las dificultades de la vida misma, sin temor a perder nada, pues vivir a su imagen y semejanza es lo que Jesús de Nazaret vino a enseñarme en cualquier “tiempo cuaresmal”. ¡Vayamos, pues, transitando por la vida con una sonrisa hacia la Pascua del Señor!
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