En mi peregrinar con algunas mujeres del Antiguo Testamento, me regocijo de ver tantas historias hermosas con rostro de mujer y de bellos nombres, que el solo hecho de haber realizado este recorrido junto a cada una de ellas, me da la oportunidad de ver reflejada de alguna manera, mi propia historia de vida y condición de mujer, para luego, en actitud de profundo reconocimiento, admiración y gratitud, tomar las palabras de Jesús de Nazaret diciendo: “vayan y cuenten lo que han visto”.
De esta manera, les cuento que, en una primera etapa, tengo el gusto de conocer a Eva desde sus orígenes; es decir, desde la creación. Dios la forma y moldea como su hija amada, con todo el cuidado y cariño de un Padre amoroso (Genesis 2), y desde esta bella obra de arte conformada en mujer, Eva me muestra las maravillas del Creador. Me enseña a abandonarme en las manos de Dios-alfarero, que con sus manos toma delicadamente el barro para moldear una bella vasija y ser útil para los demás. Así, camino hacia adelante, admirando la bella creación de Dios, al descubrirla en cada paisaje, cada insecto, cada flor, cada ser vivo, etc., y sigo conociendo su bondad de Padre mostrada de distintas maneras.
Conforme avanzo en mi peregrinar, y atravieso nuevos paisajes, conozco a Sara. Aunque un poco desconfiada, al principio, sobre la incertidumbre de su propia vida, Sara me enseña a confiar en la voluntad de Dios quien le brinda una promesa y la cumple (Génesis 17,15-16). Sara, entonces, me susurra al oído que “la sabiduría y el control de Dios está por encima de todo revés humano”. Por eso, no tengo que ser perfecta para que Dios me ame, pues ¡ya me ama!
Con esta certeza del amor gratuito e incondicional de Dios, conozco en un tercer momento a Rebeca. Esta mujer, me muestra su lado servicial, amable, astuto e inteligente; para después, darme cuenta que irá tomando sus propias decisiones (libre albedrío) sin considerar el plan que Dios tenía para ella, y posteriormente, aceptarlo. De esta manera, aprendo la importancia de discernir cada decisión a tomar, sobre todo, aquellas de gran relevancia que acontecen en mi vida, y meditar sobre el plan que Dios tiene para mi persona; pues quién mejor que ÉL para saber lo que realmente necesito.
Al sentirme parte de los planes de Dios, camino, segura, hasta llegar con las hermanas Raquel y Lea (Génesis 29,1-30). Ambas mujeres, aunque con cierta rivalidad al principio, me van mostrando que con diálogo y encuentro fueron suavizando poco a poco sus diferencias para un bien común. Conocerlas a ambas, me da la certeza de que cada ser humano es parte del plan de salvación de Dios, y que cada uno tiene una misión o propósito perfecto a realizar en la vida.
Tomando lo anterior en cuenta, sigo mi recorrido con ánimo, aunque un poco cansada del ajetreo de las “luchas cotidianas o vicisitudes de la vida” (tráfico, prisas, situaciones inesperadas, etc..), pero sin dudar, por un momento, que lo mejor está por llegar. Y efectivamente, las mujeres del antiguo testamento que voy conociendo, me enseñan que lo mejor llega con la gracia y misericordia de Dios. Con esta actitud, conozco a dos mujeres, Tamar y Rahab. Ambas son mujeres de FE, valientes, arriesgadas, “echadas pa’delante”, se dice en mi pueblo (al norte de México) y aprendo de ellas que con estas cualidades o fortalezas se puede salir adelante, pues nuestro Dios es un Dios al cual podemos dejar, soltar y “abandonar” todas nuestras cargas, aflicciones, preocupaciones, problemas, dificultades grandes o pequeñas, y así, descansar y recuperar fuerzas.
Más adelante, mientras camino, escucho, a lo lejos, hermosos cánticos que proceden del desierto del Sinaí. Finalmente, descubro a una mujer llamada Miriam cantando y bailando al ritmo del pandero. Con alegría y esperanza, Miriam me enseña la manera tan armoniosa de confiar en Dios y alabarlo en todo momento, cantando su Gloria.
Por otro lado, también en tierras desérticas, ahora en el desierto de Maón, junto al monte Carmelo, conozco a Abigaíl quien me recibe con su bondad, buen hacer, generosidad y capacidad mediadora ante cualquier conflicto. Y me muestra con sus sabias palabras que es capaz de “aplacar cualquier enfado”, así sea del mismísimo rey David ¡vaya que sabía de diplomacia! No cabe duda que voy aprendiendo mucho en el camino junto a estas bellas mujeres.
Rumbo camino a Siloé, conozco a Ana. Una mujer que me enseña a ofrecer a Dios lo más amado. No cabe duda que el profeta Samuel, hijo de Ana, convertido en servidor de Dios, era de antemano, un regalo de ese mismo Dios. Ana, me muestra su FÉ, humildad y disposición orante de ofrecer lo que más ama con plena confianza en un Dios de misericordia y bondad. De Ana, aprendo el poder de la oración, la confianza plena y abandono en Dios en todo momento.
Llena de esta disposición orante, sigo peregrinando hasta conocer la importancia del valor de la FÉ que me muestra también la viuda de Sarepta (nunca supe su nombre), pues esta mujer viuda obedece la Palabra de Dios y me rescata y fortalece, pues aprendo de ella que la fé purifica, salva, es un don, es tarea de acoger y compartir con otros.
Por cierto, en mi peregrinar junto a las mujeres del AT, me explican que también entre ellas hubo profetisas. De esta manera, conozco a Deborah y Hulda. Ambas son mujeres con autoridad de palabra, mensajeras de Dios, sabias y muy valientes. Así, ambas mujeres me inspiran e invitan a ser y estar siempre ante la Presencia de Dios, y “ser instrumento” de su plan divino.
Diez días han transcurrido desde que inicié mi peregrinar, y en esta etapa del camino, cerca del valle de las Montañas de Efraím, conozco a Yael y Judith. Con ellas a mi lado, aprendo que el coraje, astucia y valentía para actuar con cierta planeación y determinación es importante, pero es mucho mejor si ante todo eso, uno se encomienda ante Dios con plena confianza en ÉL y Su voluntad para llevarlo a cabo.
Con esperanza, sigo caminando y confiando plenamente en Dios, pues en este andar por el camino, conozco a la reina Esther quien me enseña que el poder de la oración es la última palabra. Y aunque sé que a veces hay cientos de distractores que impiden hacerlo, pues orar no siempre es fácil, Esther me reitera que nada es imposible para Dios. Por algo, hasta los mismos discípulos le dijeron a Jesús:” Señor, enséñanos a orar”.
Finalmente, termino mi peregrinar en la ciudad que vio nacer a Jesús de Nazaret, la ciudad de Belén. Y en esta significativa y bella ciudad, conozco a Ruth y Noemí. Ambas mujeres me enseñan cómo Dios trabaja en sus vidas, y las bendice con mejores tiempos a vivir. Ruth y Noemí representan valores de fidelidad, solidaridad, generosidad y humildad. Ellas me muestran la obra de Dios en su vida y el profundo amor misericordioso y universal que ÉL nos tiene.
Se despiden de mí estas hermosas mujeres del Antiguo Testamento que he conocido hasta ahora, y dándome un abrazo eterno con su espíritu de amor, me recuerdan la estrofa final de Álvaro Lobo, s.j a modo de oración final:
“Caminar juntos, hacia tu horizonte,
contigo, con otros, porque Tú nos sigues invitando
a conjugar en familia el verbo AMAR”.
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