¿Cuántas veces nos hemos sentido inhibidos de expresar nuestra postura con relación a algún tema en particular? Ya sea por temor a ser juzgados o por vergüenza, muchas veces dejamos de decir.
En un mundo en que la libertad de expresión es cada vez más valorada, es importante entender que se necesita para poder ejercerla de manera efectiva.
En primer lugar, debemos saber que la libertad de expresión es un derecho humano de raigambre universal. La Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) establece en su artículo 19 que todos y cada uno de nosotros tenemos garantías para hablar, escribir e intercambiar información e ideas a través del medio que resulte más apropiado para difundir el pensamiento y hacerlo llegar a quien resulte destinatario, sin temor a represalias, censura o sanciones posteriores. De igual modo, lo hace la Convención Americana sobre Derechos Humanos en su artículo 13.
Expresarme libremente no significa que imponga mi opinión a los demás, sino que tengo el derecho de expresarla sin ser juzgado o discriminado. Ello implica respetar la opinión de otros, incluso si no estoy de acuerdo. Pues, las opiniones no son ciertas, sino que son interpretaciones de la realidad con las que otros pueden o no coincidir, tomar postura, reafirmar sus creencias, cuestionarlas o ignorarlas.
La tolerancia y el respeto son fundamentales para el ejercicio del derecho que tratamos.
Si bien la libertad de expresión es esencial para nuestra educación, ya que contribuye a desarrollarnos como personas, acceder a la justicia y disfrutar de todos y cada uno de los derechos fundamentales, no es un derecho absoluto. Posee restricciones. No puedo expresar libremente mi opinión o pensamiento si ello resulta en un daño o perjuicio para el otro.
Es fundamental ser responsable y cuidadoso con las palabras que utilizo, sabiendo que pueden afectar considerablemente al prójimo.
Nuestra boca y las palabras que Dios nos ha dado son una herramienta poderosa. A veces decimos cosas sin pensarlas y éstas quedan en la mente y el corazón de las personas, creando heridas profundas.
Hace un tiempo atrás leí una analogía del uso de nuestra boca con un manual de instrucciones de una sierra eléctrica. La misma decía:
- Conozca su herramienta
- Mantenga los protectores de seguridad en su lugar
- Tenga cuidado cuando la use alrededor de niños
- Guárdela cuando no esté en uso
- Trabaje con ella dentro de ciertos limites
- No la use en una atmósfera explosiva
El libro de Efesios, en su capítulo 4, versículo 29 enuncia…”que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan”.
Es el deseo de Dios que utilicemos nuestras palabras para edificar a otros.
Dios creó el mundo hablando. Con su voz dio vida, sanó enfermos, trajo paz, levantó muertos. El Verbo Encarnado reveló a los hombres su obra redentora hablando y de la misma manera sus apóstoles lo difundieron por todo el mundo.
Pidamos a Dios que nos ayude a expresarnos libremente sin causar daño, a ser de bendición para otros, que de nuestra boca salgan palabras que construyan y sean agradables al corazón. Seamos “artesanos de palabras”, acompañando -como enuncia Fernando en el editorial- con la buena noticia de Cristo resucitado.
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