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Una sonrisa, eso es todo. Este pequeño detalle puede cambiar vidas. Una sola mirada de cariño puede transformar la vida de alguien de manera increíble en solo unos segundos. Y tú estás llamado precisamente a esto.
Nosotros somos la luz del mundo. Cristo ha puesto en nosotros un fuego de amor que quiere expandirse y llegar a otros. Somos pequeñas luces que, juntas, logran iluminar todo aquello que las rodea. Somos esa chispa que enciende el corazón de otros, esa llama que abraza a todo aquel que se sienta solo en la oscuridad.
El regalo más grande que podemos dar lo tenemos en cada día de nuestras vidas. La mayor felicidad que podemos alcanzar está en cada mañana. Si la quieres encontrar, solo observa a tu alrededor. Observa a esa viejita que necesita ayuda, a ese niño que pide limosna, a esa niña que llora en la esquina. Observa… y cambia. Cambia lo que estás viendo. Transforma esas lágrimas en risas, esa pobreza en alegría, esa necesidad en gratitud. Verás que pequeños actos de generosidad pueden cambiar las situaciones más tristes, verás como esa sonrisa o ayuda era justo la llama que pudo encender ese corazón. Y entonces, te darás cuenta de que en esa felicidad de aquel a quien ayudaste estará reflejada también la tuya. Porque eso hace el amor de Dios, se expande y crece en los corazones de quienes lo guardan y lo transmiten.

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Jesús vino para iluminar y te invita a hacer lo mismo. Te invita a esparcir amor donde hay odio, a ser paz donde hay guerra, a ser amigo entre los enemigos. Es verdad que es difícil hacer el bien a aquel que nos hirió, pero, ¿que no estamos aquí para ser luz en la oscuridad? ¿De qué sirve una lámpara en un lugar donde el sol brilla? Ese enemigo tuyo te necesita, necesita tu luz más que nada porque al mostrarle que tú lo amas verá a ese alguien que también está allí para él. Jesús te necesita para que los demás lo vean a través de ti. Solo esparciendo su amor podrás llevarlo a los otros.
Tu vida tiene una misión, tiene un propósito más grande de lo que crees. Tal vez no te des cuenta todavía, pero tienes algo increíble y único que dar. Tu fuego no es como el de los demás porque Dios lo creó especialmente para ti. Ha estado allí todo el tiempo, esperando que lo encuentres. Ha estado allí desde el momento en que Dios te pensó y supo que esa luz que tienes es justo lo que necesita el mundo. Pero para poder esparcir esta luz, antes tienes que encontrarla en tu interior. Tienes que olvidar lo que te falta y ver todo lo que puedes dar. Porque la mayor alegría no está en recibir, sino en dar.

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No encierres este fuego en tu interior. ¡Expándelo!, ¡ilumina! Sé esa luz que millones de almas necesitan, ese refugio que muchos buscan, ese reflejo de Cristo. Tú le haces falta al mundo, tu luz se necesita. No hacen falta grandes acciones. Al final, son pequeñas llamas juntas las que logran los fuegos más grandes. Esa sonrisa que regales, ese abrazo que des, ese “gracias” puede cambiarlo todo. Porque si el mundo entero diera una sonrisa antes que nada, las cosas serían diferentes. Si cada persona diera amor antes que odio, la vida sería más bella. Porque aunque sólo fuera una sonrisa, ese pequeño gesto puede transformarlo todo.
No dejes que esta luz se extinga, no dejes que tu fuego se apague. Dios no te pide cambiar al mundo entero, te pide que llegues a ese corazón que se siente sólo, a esa alma que está perdida. Porque tal vez no llegues a cada rincón de la tierra, pero sí que habrás llegado al mundo entero de una persona. Y basta con la vida de esa persona para que tu fuego crezca, basta con encender el mechero para que las llamas se expandan. Al final, basta con un pequeño gesto de amor para transformar vidas, basta con abrir nuestro corazón a los demás para poder iluminar. Solo depende de ti querer dar esta luz.
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