Cuando festejamos a los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael eso significa que nuestra vida está cuidada. Son seres que se ocupan de cuidarnos, de protegernos y orientarnos; pero siempre respetando nuestra libertad. No somos como autómatas en una especie de obra de teatro que es la voluntad de Dios. Sino que la voluntad de Dios es la posibilidad de descubrir un modo de vivir que es el amor. Y amar no siempre coincide con nuestras categorías afectivas, que pueden tener mezcladas muchas cosas viejas enfermas: posesiones, controles, necesidad de figurar, necesidad de ser “alguien” en un proyecto social, miedo de perder una posición por no tener la misma condición o poder económico.
Entonces nuestra vida está amenazada por una cantidad de cosas que podemos no percibir fácilmente y que nos terminan distanciando de los demás. Esa disposición puede crear una especie de “carnaval” donde cada uno fabrica su “carroza” y se exhibe y hasta parece que hay alegría porque hay fiesta. Pero ahí no hay ninguna posibilidad de comunión. Porque las personas no son ellas mismas.
Sin la integridad más profunda y más esencial los seres humanos no podemos aprender a ser y a “decirnos” a nosotros mismos y a encontrarnos con otros. Podemos aglomerarnos, podemos engendrar, podemos “fabricar” algo parecido a una familia pero que es más parecida a un conglomerado social y afectivo.
Los arcángeles, en cambio, son los que escuchan a Dios y creyeron que Dios era Dios. No necesitaron “ser Dios” que es la tentación de Lucifer, el más bello de esos seres. Estos arcángeles siguen la voluntad de Dios. La descubren.
Algunas teorías afirman que, probablemente, el rechazo de los ángeles a la voluntad de Dios -“non serviam”– se debe al deseo de Dios de redimir a los hombres. Les resultaba insoportable, abominable, pensar que ellos, seres tan perfectos tan elaborados y enormemente superiores a los hombres, tuvieran que servir en la redención.
Cada ángel tiene una equivalencia en toda la condición humana del principio a su consumación. Son seres en que cada individuo realiza una especie. Nosotros realizamos la especie humana a lo largo de siglos y siglos en miles de millones de individuos. Es como si cada ser angélico se correspondiese con toda la especie humana desde el principio al fin.
Algunos de estos seres superiores no toleran pensar que tienen que servir a seres tan inferiores como nosotros. Y tampoco que Dios pueda proponer una actitud de misericordia con seres tan primitivos, denigrantes, que habíamos osado dudar de Dios. Y es lo que terminan haciendo ellos.
Pidamos entonces la gracia de entender que hay una mirada que es la del amor misericordioso. Es lo que entendieron estos ángeles y lo sirven a lo largo de la historia junto con tantos otros amigos que nos cuidan, que nos protegen. Pidamos la gracia de nunca dejar que Dios deje de ser Dios en nuestros corazones. Y que Él nos ayude a ser nosotros mismos. Y pidamos también que ellos nos ayuden a desmalezar con perdón y con cuidado construyendo puentes con amor para celebrar y compartir la originalidad del don de Dios y la riqueza de una auténtica comunión.
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