Muchas veces las expectativas parecen ser demasiado altas y cada fallo nos duele más que el anterior. Vivimos en un mundo donde uno tiene que ser el más listo, el más atractivo, el más caritativo, para ser alguien que vale la pena. Pero entonces, ¿qué pasa si no alcanzamos estas expectativas? ¿De qué depende el amor de Dios a nosotros?
El valor está muchas veces puesto en las cosas equivocadas: el dinero, el físico, los logros, las medallas, etc. Desde la perspectiva de una persona perfeccionista como yo, puedo decirte, querido lector, que es imposible alcanzar dicho estándar. Es imposible no caer porque cometer errores es parte de lo que hacemos como humanos; sin la ayuda de Dios, no hay cómo vencer al pecado. Pero entonces, ¿cómo merecemos el amor que él nos da? Si pecamos, ¿él nos deja de amar?¿Qué es lo que nos da valor?
Una de mis parábolas favoritas es la del hijo pródigo. Que un padre reciba con los brazos abiertos a su hijo después de que éste fuera tan malo me parece algo inexplicable. Porque muchas veces las personas pensamos que debemos algo a cambio, que los regalos siempre, en el fondo, tienen un precio. Así que, recibir tanto amor, tanto perdón, sin tener que dar nada a cambio…wow.

Nosotros no merecemos el amor de Dios, pero él nos lo quiere dar. Aunque nosotros nos olvidemos de Dios, él nunca se olvidará de nosotros. Nos ama a pesar de todo lo malo que hacemos y nos ruega que volvamos a él porque lo único que quiere es que seamos felices, que podamos experimentar todo ese amor tan grande que nos tiene. Él nos aceptará una y otra vez si decidimos volver a él.
No hay que ser perfecto para ganar el cariño de Dios, él te va a querer sin importar qué. No te medirá por tus logros ni por tus trofeos, si no por tu amor hacia los demás, por tu corazón. Claro que hay que esforzarse y buscar ser mejores y llegar lejos; pero, que no sea un intento de perfección lo que te lleve a querer llegar lejos. No hay nada de malo en pedir ayuda, en reconocer que a veces no podemos seguir sólo por nuestra cuenta.
Quien está cerca de Dios tiene una alegría inmensa porque sabe ver lo hermoso en lo pequeño. No hacen falta grandes cosas para ser felices, su amor es lo único que nos llena y nos deja ver que estamos hechos para amar y ser amados. No hace falta llegar a la perfección para ser felices, junto a Cristo, todo es mejor. Lo malo no es caer, lo verdaderamente malo es no levantarse. Jesús nunca, nunca, nos dará la espalda. Él nos recibirá con los brazos abiertos siempre que lo necesitemos, es lento para enojarse y rápido para perdonar. Si lo dejas entrar en tu vida, ningún fallo será demasiado grande porque no hay nada más fuerte que el amor que él tiene por nosotros.
Querido lector, déjate amar por Dios. Eso es lo único que él quiere. No te preocupes por las veces que caigas, ya que, como dice San Pablo:
“El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal…Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor, 31-13, 8).
Para Dios no importan las veces que caigas, sino que, al final, hayas vuelto a sus brazos.
Esta cuaresma, busca estar más cerca de Dios; deja que entre a tu corazón y te enseñe que no hay nada más grande que su amor. Después de todo, él murió por tí y lo haría una y otra vez si tuviera. No dejes que tus pecados amarguen tu corazón, busca al Señor y te prometo que verás como siempre te ha estado esperando.
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