Imagen de Gerd Altmann en Pixabay
El Espíritu es consejero y buscamos su consejo. No lo buscamos como un «asesor», como alguien que va a completar algo que nos falta a nosotros. Es justo al revés. El Espíritu no busca asesorarnos para que seamos más potentes, más seguros, más claros. Lo que el Espíritu hace con su consejo es ayudarnos a entrar en la voluntad de Dios. Eso que después se va a traducir en una manera de vivir, en lo que misteriosamente Jesús llama el Reino. Jesús dice que quien no pueda hacerse como un niño no puede entrar en el Reino de los Cielos.
Este soplo pide dos herramientas de nuestra parte: humildad y confianza. Por la humildad parto de lo que hay y no de lo que yo siento que tengo que construir, de lo que merezco como «capital». Y la confianza es la que nos va a permitir descubrir qué significa vivir con amor. Porque a veces, vivir con amor, va a llevarnos a hacer más de lo que esperamos y nos intimida o a hacer mucho menos de lo que esperamos o de un modo o con intensidad diferente. Pero es lo que nos llevará ahí donde Dios nos pide y sabe que nos necesita.
Dios necesita de nuestro amor. Dios eligió hacernos «socios». No en sentido comercial. Eligió unirnos íntimamente a su obra de amor. Porque Dios es comunión de amor más allá de lo imaginable. Y no quiere y no «puede» por la entraña de su ser amor hacerlo de otro modo. Eso es lo que nos invita su Hijo hecho hombre: están quebradas todas las distancias para poder atravesar los puentes con la fuerza y claridad del perdón. Un amor nuevo y desconocido. Están abiertas todas las puertas para una manera nueva de comprender y comprendernos, de invitarnos, estimularnos y acompañarnos. Ahí fluye el consejo del Espíritu: se vuelve claridad en la humildad y soporte en la confianza.
La educación, en general, genera una disciplina, entrenamiento. Hay ilusiones, objetivos. Todas esas otras herramientas también son importantes. La dificultad es cuando sólo están y se usan nada más que ésas.
Recemos para poder hacernos como niños ante la presencia de un Dios amante. Dejémonos invadir por ese Espíritu que no va a someternos sino a liberarnos. Ahí encontraremos nuestra propia identidad y entidad humana de una manera fraterna y diferente. Que las gracias de este tiempo nos animen a abrir sin miedo y sin reproches la cálida luz que despierte nuestra Navidad.
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