“Tu misión”. ¡Qué imponente puede sonar eso!, ¡qué impactante es pensar que Jesús nos necesita, que quiere que lo ayudemos a salvar a más personas…! Que Dios tenga una misión para nosotros puede dar muchas veces miedo. Vemos a los santos, a todas esas personas que lo siguieron, y… ¡wow! ¿Cómo voy yo a lograr eso?, ¿cómo va Dios a pedirme algo así de grande?
Muchas veces, el mundo nos puede decir que no tenemos lo necesario para poder seguir a Jesús, que nunca podremos llegar a ser dignos de su amistad, que siempre tendremos algún fallo, que nunca seremos suficientemente buenos, suficientemente piadosos, suficientemente especiales. Hay algunos que se dejan llevar por estas ideas y huyen de Dios temiendo no poder con lo que Él les pide ya que, ¿qué puede ser peor que decepcionar a aquél que más te ama, que más confía en ti? ¿Cómo caer cuando sabes todo lo que ha hecho por ti?
Personalmente, yo solía pensar que, básicamente, era imposible seguir a Dios con todo. Que Él te diera una misión debía de ser algo para gente perfecta que reza 24/7, no para mí. Sin embargo, todo cambió cuando vi realmente quién era Jesús, cuando lo escuché, cuando vi que Él no está aquí para justos si no para pecadores, no está aquí para sanos, si no para enfermos. Todo cambió cuando miré la cruz y no la sentí amenazante, cuando en los ojos de Cristo vi amor no por mis logros o victorias, si no por mí. Sólo por mí. No importaron mis errores, mis fallas, mis caídas. No importó nada porque Él me ama a pesar de todo. Para hacer la misión que Él tiene para mí no necesito nada más que a Él.

Imagen de Mikes-Photography en Pixabay
Cuando decides seguir a Jesús y hacer su voluntad en tu vida no estás cambiando quién eres, no estas obligándote a ser igual que todos los santos porque Jesús te escoge a ti, con tus virtudes y defectos, con tus buenos y malos momentos. Necesita de ti tal y como eres, necesita de tu personalidad, de las habilidades que Él te ha dado, de todas las cualidades que te hacen ser quien eres. Decir que sí a la misión que Él tiene para ti no quiere decir que no vayas a fallar. Después de todo, uno no sigue a Jesús porque sea fuerte y tenga todo bajo control, lo sigue porque es débil y admite que necesita de Dios.
Muchas veces nos ponen a los santos como gente perfecta en todos los sentidos, pero la verdad es que todos fueron humanos, con sus fallas y defectos. Pedro, por ejemplo, se equivocó algunas veces, negó a Jesús, habló sin pensar, incluso atacó a un soldado. No obstante, a pesar de todo, fue la cabeza de la Iglesia, fue la mano derecha de Jesús. ¿Por qué? Porque estuvo allí, lo siguió a pesar de todo y la gente lo reconocía como amigo de Jesús. No era perfecto, pero era leal a Cristo.
Seguir a Jesús es estar al frente de la batalla. No es un lugar fácil y podemos salir heridos, pero somos quienes seguimos a Jesús con todo, quienes peleamos para poder ganar la guerra. Cristo no nos promete una vida fácil, nos pide que nos arriesguemos y que digamos que sí aún sin saber qué nos va a deparar el camino. Nos pide que estemos ahí a pesar de todo, que no tengamos miedo de cometer errores porque, aunque caigamos, lo más importante va a ser seguir subiendo.
Cristo nunca te obligará a nada, respeta tu libertad más que nada y es por eso que se la jugó por ti. Morir valió la pena porque sólo así podrías elegir llegar con Él. Nada garantiza que lo hagamos, pero eso no le importó. La simple idea de poderte salvar fue suficiente. Porque seguir o no a Jesús no va a cambiar cuánto nos ama. La misión que Él ha puesto en ti no es una carga ni una obligación, es una oportunidad. Una oportunidad de ayudar más, de ser más feliz, de vivir un poco del cielo aquí en la Tierra. El camino de santidad es sonreírle a la vida y saber que nada nos puede derrumbar porque tenemos a Dios de nuestro lado, saber que por más difícil que parezca una batalla podremos ganarla porque lo más importante ya lo tenemos.
Desde el momento en que llegaste a este mundo, Jesús ya te había amado. Desde el instante en que apareciste, Él ya tenía un plan para ti. Siempre fuiste especial, siempre estuvo en ti cambiar el mundo que te tocó. No obstante, el que Jesús tenga un plan para nosotros no quiere decir que todos debamos hacer lo mismo. La misión que Él tiene para ti es única. Dios no llamó a otra Santa Teresa de Calcuta, a otro San Agustín. Él te llamó a ti por tu nombre, con tu pasado y tu futuro, con tus miedos y alegrías, con tus fortalezas y debilidades.
No tengas miedo de no ser suficiente para Dios porque Él no se basa en tus méritos o atributos para escogerte. Quien más cree en ti, quien más te ama, quien siempre estará echándote porras es Él. Así que, cuando sientas su llamado, no te alejes. No temas porque tener una misión no es atarte a la mentalidad de Dios si no soltarte de todo aquello que te impide volar hacia Él.
Comparte este artículo:
0 comentarios