Un camino para resucitar

por | Mar 27, 2023

En tiempos de cuaresma mi corazón se va ensanchando cada vez más al ir dejando atrás “ideas preconcebidas” que desde mi niñez solían alejarme del Dios amoroso de Jesús, el cual conocí y sigo conociendo de distintas maneras, conforme he ido caminando junto a Jesús de Nazaret con el pasar de los años.  Recuerdo muy bien que decir cuaresma en casa de mi abuela materna, conocida en el barrio como Doña Chonita, era no comer carne de ningún tipo. A veces, se podía comer pescado o mariscos si el presupuesto familiar lo permitía. Decir cuaresma era no ir a la playa o al mar por más cerca que la tuviésemos, pues vivíamos a unos cuantos kilómetros de casa, en un bello puerto de pescadores y de rojos atardeceres en el estado de Veracruz, al este de nuestro México. Decir cuaresma y Semana Santa era para mi abuela Chonita vestirse de negro o con ropa oscura e ir a la iglesia, llorar y acompañar a la virgen dolorosa, hacer el viacrucis solemnemente y, posteriormente, visitar la iglesia para quedarse viendo la caja de cristal donde yacía un Cristo de madera ensangrentado al que a mí, en lo personal, me causaba “terror” de lo feo que estaba. A mi corta edad me parecía un “cadáver” al cual la gente rendía culto mientras que a mí me producía miedo, escondiéndome tras las faldas de mi propia abuela cuando iba con ella a la iglesia.

 

Recuerdo así, durante mi infancia, que toda esa tradición religiosa y de preceptos celebrados en Cuaresma y los respectivos días Santos no me decían nada. Por el contrario, prefería andar en mi bicicleta y vagabundear, sin pedir permiso a nadie, e ir pedaleando por las calles sintiendo la brisa del mar y ver lo hermoso del paisaje. Nunca hubiera imaginado que así conocería en un primer acercamiento a ese Jesús de Nazaret a mis escasos 8 años de edad. Era una imagen de ÉL proyectado en un jueves Santo en una pantalla de cine a media calle (seguramente debió haber sido una escena de alguna película cristiana) y me cautivó tanto verlo en la barca junto a sus discípulos que me hizo bajar de mi bicicleta, sentarme en la banqueta y escuchar su sermón. Fue algo indescriptible lo que vi y sentí. Simplemente me encantó y me hizo ver algo diferente. Así, cuando retomé mi bicicleta, comprendí que “ese Jesús” era más que un cadáver ensangrentado colocado en una vitrina de la iglesia al cual le lloraba mi abuela Chonita.

Desde entonces, con el pasar de los años, comencé a ver las cosas de diferente manera con respecto a esta época del año y ahora vivo la Cuaresma desde otra perspectiva, a pesar de las tradiciones o leyes que enmarcan la religión católica. He tenido y sigo haciendo durante esta temporada una pausa, un kairós como dice el Papa Francisco, un tiempo propicio, un continuo viaje interior, un mar adentro de mí misma, un “desierto de interioridad”, para hacer frente a la vida, buscando un sentido y donde Dios ha salido a mi encuentro a través de Jesucristo. De ese Cristo que RE-nace en mí cada día, que RE-surje de entre los escombros de mi cotidianidad, que RE-sucita para seguir dando vida y esperanza con amor misericordioso y lo embellece todo al andar por el camino, al “seguir andando en mi bicicleta”, diría yo.

 

Imagen de Gerd Altmann para Pixabay

Ahora entiendo el verdadero significado de por qué es necesario morir y resucitar en la Pascua de Cristo Jesús. Es un regalo de vida para toda la humanidad: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito”. De este modo, la cuaresma es un tiempo propicio de preparación donde lo mejor está por venir: la fiesta de la Pascua. No basta sólo con quedarse sentado llorando en un luto eterno de cuerpo y alma perdiendo el sentido a la vida misma, pues se trata de llenarse de la fortaleza que sólo Dios puede dar para RE-avivarnos con ese impulso de vida e ímpetu de gozo eterno.

Finalmente, estoy convencida que, en lo más profundo de mi ser, Dios mismo es lo que me da sentido, devolviéndome la alegría de caminar a pesar de las dificultades de la vida misma, sin temor a perder nada, pues vivir a su imagen y semejanza es lo que Jesús de Nazaret vino a enseñarme en cualquier “tiempo cuaresmal”. ¡Vayamos, pues, transitando por la vida con una sonrisa hacia la Pascua del Señor!

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