En nuestra vida cotidiana solemos considerar el valor-don de la libertad como algo externo, que procede o es concedido desde afuera y; pocas veces la pensamos como el fruto de nuestra forma de vivir interiormente. Creemos que permanentemente estamos eligiendo, tomando decisiones y -seguramente lo hacemos- pero, ¿quién o qué las guía? ¿Quién decide en verdad por nosotros? Si nos atrevemos a dar una mirada a nuestras formas de vivir… tal vez seamos capaces de reconocernos prisioneros de factores externos o -incluso- de nosotros mismos.
La libertad es la posibilidad de decir cómo queremos actuar en cada momento.
La libertad exterior es estar libre de presiones de otras personas y del entorno.
La libertad interior es tener capacidad de elegir y anticipar las consecuencias de nuestros actos.
Nuestra libertad tiene límites, como los que marca la convivencia con los demás.
Ejercer nuestra libertad nos lleva a respetar la de los demás.
Para ser libre es necesario ser responsable.
¿Cuántas veces los rumbos y acciones que tomamos cada día están definidos por decisiones que toman otros por nosotros de manera más o menos sutil? ¿Cuántas veces nos preguntamos realmente qué queremos nosotros, en lugar de movernos por las indicaciones o sugerencias exteriores que vamos recibiendo? ¿Qué actúa de motor principal y nos guía en nuestro accionar cotidiano?, ¿la comodidad, el facilismo, el ánimo de evitar conflictos? ¿Nos hacemos verdaderamente responsables de las elecciones y decisiones que tomamos o no tomamos?
En nuestro accionar cotidiano se ponen permanentemente en juego mandatos, “deberías”, creencias, prejuicios, valores, etc. que pocas veces chequeamos en qué medida son verdaderamente “nuestros” (por elección personal o por adopción intencionada). Desde pequeños atravesamos un proceso de socialización que nos lleva a introyectar formas de ser y de actuar que van permaneciendo como automatizadas en nosotros y que no solemos revisar.
¿Cuántas de mis respuestas son mías? En ocasiones el problema no es que sean formas “ajenas” sino que no las hemos asumido como propias y que si las revisamos -a pesar de ello- guían nuestro vivir. Muchas veces no somos protagonistas de nuestras decisiones. Muchas veces ni siquiera sabemos qué querríamos hacer. Y no lo sabemos porque ni siquiera nos atrevemos a preguntarnos. Tomar contacto con lo que deseamos nos hace responsables de nuestras elecciones y, en muchos casos eso nos atemoriza.
Cuando me refiero a la responsabilidad, me gusta pensarla desde dos de sus acepciones:
- Desde la necesidad de hacernos cargo de las consecuencias de lo que hacemos
- Desde la necesidad de ver a la responsabilidad como la oportunidad de dar una “respuesta hábil” a aquello que se nos presenta. Ser capaces –como nos dice la Gestalt- de buscar un ajuste creativo que incorpore respuestas nuevas en lugar de movernos sólo desde las “respuestas conocidas”; desde un hacer automatizado –tal vez porque siempre lo hemos hecho así- que resulta ineficaz para la satisfacción de nuestras necesidades y para el enriquecimiento de nuestras relaciones interpersonales o de nuestra vida.
Corrientemente nos falta congruencia -entendida como libertad de experiencia-, como camino para poder acceder a la verdad de lo que deseamos y de lo que somos. Ese contacto interno que nos posibilite la exploración que nos conduce a un mayor autoconocimiento: de nuestras verdaderas necesidades, deseos, valores, de nuestros anhelos más profundos.
Te invito a que puedas preguntarte hoy:
¿Sé lo que quiero para mi vida?
¿Estoy viviendo como realmente quiero?
¿Cuáles son mis sueños?
¿Cuánto de piloto automático hay en mi accionar cotidiano?
¿Quiero seguir viviendo así?
¿Cuán libre soy?
Comparte este artículo:
0 comentarios