Sabiduría

por | Dic 30, 2021

Dice la Biblia: “la Sabiduría se ha acreditado por sus obras”. Hay dos modos de decir las cosas en la vida: un modo son las palabras, el otro son las obras. Las palabras son importantes. Ante un folio en blanco, nos servimos de palabras para llenarlo, para completar el destino para el que fue creado. Nuestra vida es como un folio en blanco y hemos de llenarlo de acontecimientos, de vivencias.

De hecho Jesús es la Palabra ¡la Palabra que se hace carne! Y poner nombre a las cosas y podernos explicar es muy importante. Leemos en el Génesis que cuando Dios creó el mundo se sirvió de la palabra para crearlo todo, para darle nombre a las cosas. Y cuando alguien no encuentra palabras para describir algo, se queda mudo ante la belleza: es el silencio ante algo indescriptible. Pero hay otro modo de decir las cosas, que es sin palabra, que es con la vida, con los hechos, con el saber estar, con el saber cuál es mi sitio, con el saber cómo te puedo ayudar, cuándo me tengo que callar, donde tengo que arrimar el hombro, cuándo me he de quedar a un lado.

Sabiduria

La sabiduría, dice el Señor, se acredita por sus obras y a veces nuestras obras hablan mucho más alto que nuestras palabras. Estas palabras hablan de quiénes somos, de quién es Dios para nosotros, de lo que nos importa: la familia, las amistades, los compañeros de trabajo; en definitiva de lo que nos importa la gente. Hemos de preocuparnos de que nuestras obras hablen del Señor y ellas sean mucho más altas que la sabiduría humana.

Lo que vale es el Espíritu Santo, que se sirve de nosotros como instrumentos torpes. Lo importante no es tan solo lo que digo, sino lo que hago con mi familia, con mis amigos, con mis vecinos, con mis compañeros de trabajo. Si fuera solo por nuestras obras no seríamos tan buenos como creemos y estamos llamados a revisar si la sabiduría de Dios que hay en nosotros está  acreditada por el deseo de querer hacer las cosas bien.

En Dios, su Palabra y sus obras concuerdan ¡la palabra se hizo carne y acampó entre nosotros! es el Misterio de la Natividad, es un proyecto de eternidad que engloba todo el ser. Hay un canto que dice: “en medio del silencio el Verbo se encarnó. Misterio del amor, en medio de la noche, el Verbo se encarnó”. El silencio, la noche, ¡el misterio! y en todo qué silencio tan elocuente. Un gran Misterio: todo un Dios hecho niño, todo un Dios que se hace hombre por amor.

Es importante darse cuenta que la acción de Dios en cada uno es algo que se da y es invisible, que se realiza misteriosamente en lo profundo del ser y que este proceso se comienza en el Bautismo. Por este sacramento somos incorporados a la vida de Dios: somos profetas, sacerdotes y reyes: en definitiva todos estamos consagrados al Señor.

De la apertura de Dios desde dentro intentamos tratar con realidades no tangibles y de ello depende nuestro logro como cristianos, donde Dios nos va tocando y transformando. La acción de Dios solo necesita nuestra libertad para intervenir. Es un camino de fidelidad del día a día, donde colaboramos con la acción de Dios ya que Él siempre nos está buscando. Cada día Dios inicia su búsqueda hacia nosotros.

Somos seres estimulados por los sentidos y somos susceptibles a aquello que no podemos ver o tocar. En medio del silencio el verbo se encarnó, el silencio es fundamental para el encuentro con el Señor y necesitamos de espacios de tiempo, de paz, de silencio, de serenidad, de momentos para encontrarnos con nosotros mismos.

Sabiduria

La experiencia desde la fe puede darle a la vida hondura y contenido y esta experiencia lleva la impronta de encontrarnos con Jesús. El proceso de la vida cristiana se va estructurando por el Espíritu Santo de acuerdo al modelo que tenemos en Jesucristo. ¡Que hermoso pensar que cuando Dios creó al hombre miraba a su Hijo para modelarlo!

La relación con Dios es algo personal que se vive en la fe de la Iglesia. Es la experiencia de fe que nos lleva a vivirla y compartirla con los demás; aunque se hace en la medida que se puede expresar a lo largo de la historia. Es importante la unificación de las cosas para su vivencia. Compartir la fe es algo fundamental pues somos seres sociables: estamos llamados a compartir con el otro y quien no comparte se queda incompleto. Dice San Anselmo: “enseña a mi corazón a buscarte”, porque no podemos ir en busca del Señor a menos que Él nos lo enseñe y no podemos encontrarlo si Él no se manifiesta. Es el deseo del que habla san Agustín de Hipona; y así, prosigue su libro Proslógion con estas palabras:

“deseando te buscaré, buscando te desearé; amando te hallaré y hallándote te amaré”.

Tengamos el corazón despierto para buscar al Señor y lograr encontrarlo; lo podemos descubrir en la belleza de un amanecer, en el aroma de una flor, en el sabor de una comida, en el niño que juega, en la entrega de unos padres, en la felicidad de unos abuelos, etc. en tantos lugares, acontecimientos, vivencias que podríamos seguir enumerando y no acabaríamos; y si andamos con el deseo despierto lo encontraremos acostado en un pesebre.

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