Imagen de Stefan Keller en Pixabay

 Autora: Claudia Fortunato. 

El diccionario de la Real Academia Española define a la metamorfosis como la transformación de algo en otra cosa, la mudanza que hace algo o alguien de un estado a otro y por último, el cambio que experimentan muchos animales durante su desarrollo y que se manifiesta no sólo en la variación de forma, sino también en las funciones y en el género de vida. El término proviene del latín metamorphosis que, a su vez, deriva de un vocablo griego que significa transformación. El sentido más preciso de la palabra, por lo tanto, hace referencia a la mutación, la evolución o el cambio de una cosa que se convierte en otra diferente.

Desde el punto de vista biológico, la metamorfosis es el proceso por el cual un animal se desarrolla desde su nacimiento hasta la madurez por medio de grandes cambios estructurales y fisiológicos. No sólo hay cambios de tamaño y un aumento del número de células, sino que también hay cambios de diferenciación celular.

La obra literaria “La Metamorfosis” escrita por Franz Kafka en 1915 narra la historia de Gregorio Samsa, un hombre quien repentinamente se transforma en un enorme insecto. Ello le lleva a desdibujar su identidad, a perder comunicación con su entorno social, a sentir frustración, intolerancia hacia sí mismo y abandonarse hasta perecer.

 

¿Estarán pensando qué relación tiene todo esto con nosotros? Pues, ¿cuántas veces nos hemos sentido como el protagonista de la citada obra literaria? ¿Cuántas veces nos hemos encontrado solos, abandonados, frustrados, en la oscuridad, en el pozo más profundo? ¿En cuántas ocasiones las circunstancias han sido tan pesadas que experimentamos estar en un “exilio”?

Si regresamos al principio y pensamos en el proceso de la metamorfosis y en la mariposa, observamos que ésta es primero larva para llegar a ser esa bella criatura alada que podemos apreciar en nuestros jardines. Para convertirse debió pasar por un proceso doloroso (la oruga permanece dentro de un lugar estrecho, sin poder moverse, ni alimentarse, ni defenderse de sus depredadores) a través del cual ocurre el nacimiento de una “nueva vida” (mariposa) y la muerte de otra (larva).

Los seres humanos también atravesamos ciclos vitales. El biológico, a través del cual nacemos, nos desarrollamos, reproducimos y morimos. Y el espiritual, en el que podemos elegir ser como Gregorio Samsa (protagonista de la obra literaria) o como la mariposa. Es en este ciclo donde debemos elegir entre abandonarnos a nosotros mismos hasta perecer o atravesar el proceso doloroso y convertirnos en una criatura deslumbrante.

Si finalmente elegimos la segunda de las opciones nos daremos cuenta que sólo hay un camino para lograr nuestro objetivo: Jesucristo. Aquél que transformó el agua en vino en las bodas de Caná es el mismo que puede transformar nuestras vidas. Es quien nos quita el capullo y nos convierte en mariposas con toda la belleza que hay en ellas. Es quien hace de nosotros nuevas criaturas.

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17).

 

 

Con Cristo el lamento se convierte en baile, se devuelve la alegría. Las circunstancias ya no son un yunque porque Él hace nuestra carga liviana. Él nos da paz en medio de la tormenta. Es el pararrayos en la tempestad.

Podría enumerar muchísimas otras cosas que suceden cuando elegimos seguir a Cristo, pero quisiera, para finalizar, escoger y mencionar una de ellas: Jesús es quien nos recuerda y nos devuelve nuestra identidad, la identidad de hijos de Dios. Una filiación que, a mi entender, debería incluirse en todos los documentos de identidad para que nunca sea olvidada.

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