Despierto cada día escuchando noticias no muy gratas sobre la propia destrucción humana. Desde guerras, hambrunas, feminicidios, huelgas, deterioro ambiental o pandemia, por citar algunas de ellas. Y es entonces cuando viene a mi memoria la frase “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo? El encuentro con uno mismo es una bendición y gracia de Dios, pues, de algún modo, Dios nos quiere alegres, felices, plenamente humanos, y por ende, plenamente vivos. Y, sin embargo, alguna vez nos hemos sentido defraudados por no alcanzar esos sueños de felicidad.
En su libro “La felicidad es una tarea interior”, John Powell nos invita a desaprender todo lo que nos impide crecer sin llegar a ser perfectos, todo lo que nos imposibilita madurar y aceptarnos como somos. Nos invita a aceptar la plena responsabilidad de nuestras vidas con una mirada compasiva pero, a la vez, firme, de manera que podamos nutrir nuestro cuerpo, alma y espíritu, siendo buscadores del bien, abandonando la seguridad de lo conocido y haciendo de nuestras vidas un acto de amor.
Hay momentos en que tal vez nos preguntamos ¿realmente mi caminar por la vida es ser feliz?, ¿yo quiero ser feliz? o ¿Dios quiere que yo sea feliz? Y ante tanta adversidad, el proceso se vuelve lento o cansado y el ánimo decaído. Sin embargo, Powell nos plantea que la felicidad es fruto de una búsqueda y, por lo tanto, está al alcance de todos. Nos ofrece en diez capítulos el proceso gradual que él considera necesario para experimentar la verdadera felicidad.
Con esa actitud de búsqueda llegó este libro del jesuita John Powell a mis manos hace varios años atrás, en noviembre del año 2009 para ser exactos. Me dio la oportunidad de dejar de buscar afuera lo que sólo interiormente tenía y quería hacer: “No puedo cambiar el mundo para que se adapte a mí, pero puedo cambiar mi respuesta ante el mundo. Puedo cambiarme a mí. La felicidad es una tarea interior”.
A pesar de los momentos difíciles que el ser humano ha vivido desde épocas pasadas hasta la actualidad, es esencial saber y conocer que Dios, a través de Jesucristo, siempre ha sido y es el máximo buscador del bien: (Juan 3,16-17) “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino a salvarlo por medio de Él”.
Cada día que vivimos es una nueva oportunidad para aprender a ser felices, es un nuevo amanecer para sentir que vale la pena seguir intentando ser una mejor persona. Es una nueva mirada que Dios nos brinda a través de su Hijo, en Cristo Jesús. Con Él, redescubro mis propios recursos internos que me permiten “encontrar el bien en todas las situaciones de la vida”.
“La felicidad es una tarea interior” nos muestra sencillas prácticas y ejercicios que nos ayudan a alimentar una esperanza en la búsqueda de nuestra felicidad, pero desde una perspectiva común y de esfuerzo cotidiano sin perdernos en falsas promesas o ilusiones alejadas de un verdadero trabajo y proceso interior.
Al aroma de un delicioso té de menta, me refresco nuevamente con las páginas de su lectura y encuentro una sugerente forma de oración citando a Powell con la siguiente frase: “Ilumíname para que vea y facúltame para hacer lo que sea amoroso con este día de mi vida. Surte mis fuentes vacías con tu amor para que pueda compartirlo”.
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