Por: Padre Victorino Mareque.

Dios y vida se encontraron en un punto: la nada. Dios abrazó la vida y en medio de la nada murió la muerte.

Las manecillas cayeron del tiempo y amaneció el tiempo en una nueva DIMENSIÓN: la del amor.

El pasado se llenó de toda la memoria y se transformó en olvido: por el poder creador del perdón.

La puerta de la eternidad clausurada por la desobediencia y sellada por el orgullo en el desamor: se abrió… y quedó abierta.

La traza del laberinto que se cerraba sobre sí misma en una línea cada vez más cerrada y asfixiante: fue quebrada.

Del fondo oscuro de la nada amanecen unos pasos en una figura que se percibe como la del ciego curado, “veo a los hombres como árboles que caminan”. 

La Navidad y la Pascua se encuentran y abrazan en el silencio de otra noche: en la que nos es regalado a cada uno nacer de nuevo… de lo Alto… en las aguas que descienden del cielo y curan nuestra carne maltrecha de ilusiones y fantasías.

El recordar, el volver la mirada atrás se transforma en el nuevo y peor pecado… el que nos saca del Espíritu para encadenarnos en el viejo peso de nuestras acciones que ya no pesan más: su peso, densidad y oscuridad fue barrido en el amanecer de la Pascua.

Nace una nueva sabiduría: la del callar y el escuchar… Para percibir en el silencio la voz que reconduce el tiempo a la eternidad: que es abrazo del Padre que llama, invita, acompaña y espera…

Todo en un mismo amor.

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