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Quiero hacerme en tu Pascua como María, corazón unificado en búsqueda de la auténtica dirección, del verdadero sentido que orienta su vida y por el que es iluminada. Permíteme que desconsolada te busque, como mi único Señor, enséñame a identificar tu señorío aun en tus ausencias y cuando quiero ocultarme de todo y de todos. Quiero vacilar entre el asombro, el desconcierto y el llanto, el desconsuelo o la alegría desbordante para luego descansar convencida de que te he visto vivo.
Consiénteme intercambiar ese diálogo tan parco en palabras pero que lo dice todo de una vez y que a base de monosílabos, “María-Maestro” nos entendemos perfectamente en una misma sintonía de vida donde sobran las palabras y los gestos toman el protagonismo. Déjame que recobre en mi interior el sentido del sepulcro vacío y que tu vivir llene mis vacíos, esos que transformas en sonoros y luminosos y que te esperan con todo mi ser. Dame lágrimas de deseo donde pueda encontrarme cara a cara con la Vida que todo lo esclarece, lo transfigura y rejuvenece.
Regálame esa vida, tu misma Vida, que hace desaparecer el desaliento y lo vuelve certeza y alegría. Dame reconocerte y tocarte en cada obra de vida que me rodea, también en cada muerte detectada para que se produzca en ella, el triunfo de tu resurrección.
Concédeme escuchar cómo pronuncias mi nombre y cómo me preguntas por qué lloro. Déjame sentir que te he perdido, que anda mi amor desorientado, (porque no sé quién se lo llevó, ni donde lo han puesto), cuando mis lágrimas de muerte ocultan el paso a tu misma vida dentro de mí.
Quiero discernir el porqué de mi llanto y a quien busco. Sé que he de pasar por la experiencia de volverme hacia ti y no reconocerte, aunque yo no quiera estar más en mí que en ti, porque hago como san Pablo, “sé lo que quiero, pero hago lo que no quiero” (Rom 7, 19).
Tú me amas en tu Pascua, tú me buscas y traes con tu presencia resucitada nuevo aliento y una renovada visión. Todo ha caducado, todo lo haces nuevo y con lo viejo, entiendo, hay que romper.
Sabes que te extraño, que te busco en el amor. Un amor limpio y transparente como tu Pascua lleno de Luz y de deseos de posesión y de pasión para luego encontrarte y pregonar llena de alegría que el Amor de mi vida siempre está, siempre estuvo, siempre vive, siempre es.
Llenarme de tu luz, mi Jesús resucitado, en eso se ocupa mi alma. Colmarme de tu amor, de tu presencia, para ser iluminada allá muy adentro donde todo debe estar en orden y poder entregarte lo que soy y lo que tengo, para que esclarecida mi alma sepa dar a conocer la revolución de un Jesús que transforma cuanto hay y existe. Quiero gritar: ¡gana la vida, vence siempre el Amor, llega la alegría que queda como certeza y poso en el fondo del ser!, a pesar del llanto, de las lágrimas y del desconcierto, siempre ganas tú, porque te he encontrado y ahora vivo en el lugar en que había muerte.
Daré entonces rienda suelta a mis deseos apasionados, correrán mis pasos y latirá mi corazón vivamente porque ha vencido la Vida, ha resucitado de la muerte el que vivía de entre los muertos. Él es el autor de la Vida, Él es la misma Vida, pasaré la mía hasta llegar a la definitiva.
Caminar así y marchar penetrando confiadamente en tu Pascua es vivir la experiencia de un éxodo personal. Pisar con contundencia y confiadamente este trayecto pascual, es como atravesar nuestro propio mar rojo, apoyadas en la firmeza que da la vida y fidelidad de Aquel al que queremos cantar lo sublime de su victoria en nosotros y en todas las cosas.
Así es tu Pascua, una experiencia vital que a la vez marca. Es atravesar nuestras propias dificultades sabiendo que la Vida vence, que la resurrección libera toda traba, todo poder humano, y que consigue al fin la gloria divina superando todas nuestras pequeñeces.
Enséñame en tu Pascua a alabar tu poder y tu fuerza, porque he visto con mis propios ojos, con mi misma experiencia cuantos “caballos y carros has arrojado en el mar, cuantos has ahogado en él y cómo has hecho morir hasta los mejores capitanes” (Ex 15,1-4).
Tu Pascua es la fuerza salvadora, el Amor arrollador que me hace vivir sana y salva de todo aquello que genera muerte. Traspasar tu Pascua es vivir de la luz de todo aquello que lleva a la Verdad y a la transparencia, es silencio alentador, clarividente y sonoro que me permite ahondar en la infinidad de tesoros por descubrir en el lote que me ha tocado.
Tu Pascua es saber que mi “suerte está en tu mano, que me ha tocado un lote hermoso y convencida con todo lo que me da la vida te digo que me encanta mi heredad” (Salmo 15,6).
Bendita sea tu Pascua, que pasa por mí y yo paso a través de ella, que me hace experimentar cómo arde el corazón cuando vamos de camino cuando te unes a nuestro mismo sendero, aunque dentro estemos a oscuras y no te sepamos identificar. Es vivir de algo muy grande que llevas adherido a las entrañas cuando estableces conversación para explicarnos tu amor infinito y desde siempre, aunque sea a la caída del sol. Te reconocemos en cada gesto cotidiano porque tu Pascua es partir y repartir haciéndonos uno contigo y con los otros. Es tener la oportunidad de abrir los sentidos interiores para aprender que la luz eterna lo es todo y que vence a las tinieblas. Esa es la certeza que me demuestra que estás vivo y te haces uno con nosotros.
Tu Pascua es reconocerte como aquel discípulo lo hizo y gritarte con todo el amor: “¡es el Señor!” (Jn 21, 7), eres tú, ¡es Él!,. Solo el amor ve claro y es capaz de descubrir la Vida, tu presencia en medio de una noche cerrada donde ya va despuntando el alba. ¡Si!, sé que eres tú, aunque no me atreva a preguntar, lo sé, no lo puedo dudar. Solo el silencio y mi capacidad llena de tu presencia viva lo dice todo, lo encaja todo, todo lo explica y unifica.
Tu Pascua es estar viviendo en ese amor silente que se ocupa de todo, todo lo traspasa, todo lo hace vida que reconforta. Y conforme va trascurriendo por mí tu Pascua, se van notando los albores del Espíritu; ese Amor Trinitario que va despuntando cuando una vez que ha dado muerte a la muerte, quiere quemarlo todo y abrasarlo con su fuego incandescente, aquí penetra el Amor purificador. Fuego, luz, aire, calor, soplo, ruah (Palabra hebrea que significa “espíritu”) …que aletea como acariciando la vida en plenitud, en armonía, en paz perfecta. ¡Que resuenen sus gemidos inefables, como el eco en lo más profundo!
Te llevas la muerte y vienes a traernos la Vida de tu Espíritu, nos encargas ser tus testigos aquí y ahora hasta los confines del mundo. Un testigo del legado de la nueva Vida por y en cada uno de nosotros. Acontece el ruah, ruah, ruah, como una melodía de fondo que todo lo envuelve. Como el aleteo del Espíritu que se va cerniendo poco a poco en movimientos acompasados y cadentes que van generando vida con una luz y suavidad impresionantes. Es tu existencia inyectada en la misma médula de nuestro espíritu. Tu Espíritu y el nuestro clamando juntos, ¡Abba, Padre! Inundados de un Amor Trinitario que nos envuelve por completo. Imbuidos de la gracia, rodeados de la vida, entregados y participes del Amor, es vivir en el seno de la quietud donde la vida genera luz y paz más allá de todo lo terreno. Es la continuación de tu Vida en la nuestra, la prolongación de la participación en el mismo ser de Dios, donde como una mota de polvo nos perdemos hasta cambiar por completo nuestra identidad. SÍ sabemos quiénes somos, pero solo en Ti que eres el autor y dador de Vida. En Ti nuestras muertes no tienen sentido, están perdidas y redimidas, no existe ya rastro ni huella mortal. ESTAMOS HECHOS PARA VIVIR. Somos contigo la misma Vida.
Tu Pascua es estar abiertos para recibir el legado de tu paz, esa paz que proviene de la fuente verdadera, que brota del manantial más puro; que emana de los estigmas de tu pasión, ocasionados por el amor más perfecto que puede darse, tu paz como chorros de luz plateada que va inundando poco a poco todos los rincones del alma para volver a sanarla y recuperarla para ti. Tu paz bella y sonora que nos hace recapacitar llegando a la conclusión de que, en ti, solamente “en ti, somos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).
Tu paz que llega como un bálsamo que cura las heridas, alivia los dolores y restaura el amor resquebrajado. Tu paz como don de la Pascua, como regalo inmerecido que va jugando a poner en equilibrio y en su justo lugar todo lo que anda torcido.
Tu paz como una luz inmensa que invade todo, penetra todo, hecho un todo con el Amor y en el Amor más grande. Tu paz como aquella Palabra sublime que progresivamente va disipando miedos, oscuridades y dudas, y lo va transformando en belleza, armonía y equilibrio perfecto. Paz, porque todo está en su lugar. Una paz que el mundo no sabe ni puede dar porque es Eterna, distinta y permanente. Una paz que no es de aquí. Una paz que reconstruye corazones, venda heridas, y se derrama como ungüento perfumado y sanador. Una gran paz que hace descansar en el Amor y la Vida verdadera, paz que trae el soplo del Espíritu, una paz que cae como rocío mañanero refrescando y dado Vida eterna, Vida que nunca se acaba. Paz que nos hace mirar al cielo adonde te llevas cautiva nuestra cautividad. Sigues dando vida. Generando la verdadera Vida porque nos recuerdas que ya participamos de la tuya en el cielo, allí donde vas a prepararnos sitio, donde nos enseñas a poner nuestro corazón, pero también pisando firme en este suelo mientras vamos caminando hacia la luz y el esplendor verdadero.
Hagamos cabida a la venida de tu Espíritu con sus dones, frutos y carismas:
- Don de entendimiento para discernir lo que verdaderamente lleva a la VIDA divina en esta tierra.
- Don de fortaleza para superar con creces toda muerte.
- Don de piedad que nos ayuda a dar culto al Dios viviente.
- Don de temor de Dios por el que amamos la verdad que nos hace hijos que trasmiten la VIDA que han recibido de su Padre.
- Don de ciencia para saber que la VIDA inacabable que es el Eterno habita entre nosotros, en nosotros.
- Don de sabiduría para conocer que la VIDA nos inunda
- Don de consejo para escuchar cómo nos habla a través de todo.
ESTAMOS HABITADOS POR LA VIDA Y NOS SOSTIENE SU VUELO.
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Hermosa frase de San Pablo citada en el artículo y que me conmueve mucho al saberme limitada, con esa vulnerabilidad humana pero que sólo en la Pascua del Señor, en Cristo Jesús, me fortalece:.. "sé lo que quiero, pero hago lo que no quiero” (Rom 7, 19).
Pido los dones del Espíritu Santo y se regocija mi alma 🙏🥰