Querido amigo… estoy haciendo un alto en el camino en mi retorno a casa. Acabo de vivir la experiencia más importante de mi vida y quiero compartirla con vos. Vivo en una ciudad del Lejano Oriente. Tengo un buen pasar económico y una profesión que desempeño con amor. Siempre he tenido el alma inquieta… siempre he anhelado encontrarme con la Verdad, con Aquel que da sentido a mi vida y que siento que por amor me ha regalado vivir.
He realizado muchas búsquedas, pero mis hallazgos sólo podían satisfacerme parcialmente o dejarme tan vacío como antes. Por momentos he pensado que estaba loco, que no había nada que encontrar, que me conformara con lo que tenía, que eso era todo… Mi cabeza se apaciguaba por un tiempo, pero mi alma seguía sedienta y con la certeza profunda de que mis búsquedas tenían sentido.
Hace unos días me encontré con un par de hombres a los que les ocurría lo mismo que a mí y, se nos ocurrió la loca idea de ponernos juntos en camino. Mientras charlábamos acerca de esta posibilidad, un fuego profundo se encendió en nuestros corazones… y ese signo nos hizo perseverar en nuestro plan. No teníamos rumbo fijo, pero experimentábamos la certeza de que sabríamos hacia dónde ir. Nos habían hablado acerca de un niño que nacería para salvar a la humanidad y decidimos salir a su encuentro.
Quedamos en darnos un par de días para hacer arreglos en nuestros hogares y para prepararnos para el camino. Fijamos un lugar y momento de encuentro y cumplimos con él. Cada uno vino provisto para la travesía y también con un tesoro… algo que sentía que quería ofrecer.
Esa noche del inicio de nuestro peregrinar, vislumbramos una estrella que brillaba más intensamente que las demás y que parecía titilar como un faro destinado a nosotros. Decidimos seguir el rumbo al que nos llevara, no sin miedos, no sin preguntas, pero sí con la certeza profunda de que estábamos en el camino correcto. Fueron unos días que en ocasiones se volvieron muy duros, las inclemencias del tiempo, los peligros del camino, los temores, por momentos nos acechaban y nos dejaban sin palabras. Pero nunca claudicamos.
Cuando llegamos a Jerusalén nos resultó todo muy raro… algunos pobladores no sabían nada acerca del niño del que les hablábamos, otros tenían una vaga idea, ni Herodes sabía nada de él y se mostró interesado cuando le compartimos nuestra inquietud. Algunos hombres nombraron a la pequeña ciudad de Belén y -como vimos que la estrella a la que seguíamos apuntaba hacia ese lugar-, decidimos encaminarnos hacia allí. Recobramos fuerzas en Jerusalén y partimos.
No había dudas de que la estrella marcaba un rumbo claro y, ya entrada la noche, llegamos a Belén. Nos preparábamos para recorrer el pueblo. Sin embargo, la estrella señalaba como destino las afueras de la pequeña ciudad. Nos sentíamos desconcertados, allí parecía no haber nada. Pero cuando pudimos mirar con más claridad, nos dimos cuenta de que la estrella estaba como detenida sobre lo que parecía ser un pequeño establo. Dejamos nuestros camellos a unos cuantos metros de distancia para poder acercarnos con respeto y cautela. Cada uno de nosotros llevaba en sus manos el pequeño tesoro que quería ofrecer. No sabíamos con qué íbamos a encontrarnos, pero queríamos estar preparados.
Caminábamos en profundo silencio, casi casi podían escucharse los latidos anhelantes de nuestros corazones. Al llegar a la puerta del establo que estaba entornada, vimos una tenue luz que provenía del interior. Llamamos a la puerta suavemente y la entreabrimos… Nos quedamos paralizados, el tiempo se detuvo, encontramos dentro algunos animales y una pareja acompañaba a un niño recién nacido que yacía en un pesebre. ¡El Niño! La pareja nos miró con sorpresa, pero no se atemorizaron, creo que pudieron percibir nuestra emoción y nuestro respeto. Todos nos sonreímos y, nosotros peregrinos, nos acercamos despacito hacia el pesebre. Instintivamente nos arrodillamos… el silencio se hizo más profundo aún y podía darme cuenta de que los tres estábamos cautivados con nuestra mirada posada sobre el Niño en el pesebre. ¡Qué bien estábamos ahí! Pude sentir cómo mi alma se llenaba de gozo al contemplarlo. Pude sentir cómo se iba apagando la sed interior que había experimentado a lo largo de mi vida. Pude sentir cómo un halo de Amor nos rodeaba. Pude sentirme inclinado frente a la Verdad.
Las lágrimas rodaban por mis mejillas y me embargaba la emoción. Los padres del Niño nos miraban y murmuraban entre ellos algunas palabras. Estaban sorprendidos…
Uno a uno los tres peregrinos fuimos por turno arrimándonos más cerca del pesebre con nuestros tesoros. No había dudas de que era a Él a quien buscábamos. Cada uno le ofreció lo mejor que tenía -aunque en realidad- fue Él quien nos hizo el regalo de Su Presencia a nosotros. Se había producido el Encuentro que habíamos esperado durante tanto tiempo. Todo cobraba sentido, todo parecía ser nuevo a la luz de la mirada de mi corazón. Después de ofrecer mi regalo, me sequé las lágrimas y sonreí como nunca lo había hecho. Una alegría profunda y genuina brotaba desde lo más profundo de mi ser. Me sentía pleno, podría haberme muerto contento en aquel instante, pero eso no ocurrió… después de compartir unos minutos más en silencio, les dimos las gracias a quienes nos dijeron que se llamaban María y José, nos inclinamos frente al Niño y salimos del establo.
No era momento para partir. Nos alejamos un poco para no molestar y decidimos pasar allí la noche. Preparamos las cosas para desandar el camino y nos recostamos unas horas. Descansamos plácidamente y -al despertar y prepararnos para el viaje- una inquietud interior nos señaló no volver por el mismo camino por el que habíamos llegado, así que decidimos tomar una nueva ruta para retornar a nuestros hogares.
Los tres estábamos muy cansados pero la felicidad que experimentábamos era aún mayor… a medida que transitábamos en el camino nos fuimos animando a compartir la experiencia que cada uno había tenido. Y -mientras más hablábamos- más crecía nuestra certeza de que no podíamos guardarnos este regalo para nosotros solos. Nos sentíamos llamados a compartirlo, a comunicarlo, a difundirlo a la mayor cantidad de seres humano que pudiéramos. Esta Buena Nueva era para todos y nosotros seríamos simplemente algunos de sus testigos, de sus mensajeros.
Después de unos días de camino acordamos separarnos para que cada uno tomara su rumbo… y aquí estoy, descansando un rato, cobrando fuerzas y rebosando Amor… el Amor recibido en aquel establo. Amor que quiero compartir con vos, que estás leyendo mi carta, que me estás permitiendo compartir mi experiencia con vos. Ojalá que estas líneas te animen a realizar tu propia búsqueda y a experimentar tu propio Encuentro. Ojalá puedas transformarte en un peregrino a Belén con el corazón abierto y sediento de ser recibido por el Salvador… No tengas miedo. Él guía tu caminar.
¡Buen viaje amigo! Hasta pronto.
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