Imagen de Phan Minh Cuong An en Pixabay
Recuerdo un día en uno de mis talleres en el cual yo estaba contando un cuento de Mamerto Menapacce que se titulaba “El relojero”. Esta historia hacía referencia a las cosas que guardamos en nuestra mesita de noche. Aprovechando la ocasión les pregunté a los participantes de mi taller qué tenían guardado en el cajoncito de sus mesitas de noche. Sentí una gran sorpresa al escuchar a Luis, un señor de 87 años algo desanimado pues la mayoría de sus amigos habían fallecido. Un hombre que había encontrado en este taller la oportunidad de volver a encontrar pares y sentir que pertenecía a un grupo. Con una enorme sonrisa, Luis contó que tenía las llaves de su casa de campo a la que hacía mucho tiempo que no iba. Además, en ese mismo momento se le ocurrió una hermosa idea y nos preguntó a todos si nos gustaría ir a compartir un asado con él el 8 de diciembre. ¡La respuesta de todos fue un “sí” unánime!
Cuando llegó ese 8 de diciembre fue tanto el entusiasmo de todos y cada uno de nosotros. Pasamos todo el día reunidos con Luis y su familia. Por la tarde nos pusimos a cantar y a jugar. Fue un momento mágico que siempre recordaré pues, a veces, con muy pequeños gestos podemos ofrecer nuestro cariño y alegría a otros, contagiar ilusión y esperanza.
Creo que ésta es apenas una simple anécdota pero que refleja la necesidad que tenemos de vincularnos unos con otros, de construir una ilusión compartida, de sentirnos reconocidos e integrados en un grupo, como miembros de una comunidad y de una sociedad llamada mundo. Necesitamos ver que alguien nos quiere y necesita estar con nosotros.
Las relaciones sociales mejoran nuestro bienestar y nuestra salud. Favorecen una adecuada gestión del estrés promoviendo la autonomía, generando sentimientos de confianza y seguridad y desarrollando la capacidad de pedir y de recibir ayuda cuando sea necesaria. En definitiva, aportan beneficios y protegen la salud y el bienestar integral de la persona.
Así pues, sea cual sea el momento, el día, la hora, el lugar o, como en este caso, la edad, nunca será tarde para relacionarnos, para conocer nuevas personas y enriquecernos con su amistad. Nunca será tarde para disfrutar en armonía mientras soñamos con hacer de este mundo un mundo mejor mediante nuestras pequeñas acciones y nuestros pequeños gestos de amor. ¡Y qué mejor para lograr ese sueño que servirnos de la ayuda de Dios!
Siempre habrá un motivo que nos empuje a querer estrechar lazos los unos con los otros como sucedió aquel día en la casa de campo de Luis. Una alegre jornada que quizás no se celebró por casualidad un 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción. Hoy, algunos días después, algo me dice que Ella, María, intercedió para que este bonito encuentro se celebrase y diera sus frutos. ¡Gracias, madre!
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