FIESTA DE PENTECOSTÉS
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.
De los Hechos de los Apóstoles 2, 1-4
En Pentecostés celebramos la Venida de Dios Espíritu Santo.
El cumplimiento de la promesa de Dios Padre.
El anuncio de Dios Hijo hecho el Día de su Ascensión.
Es el Día en que la liturgia celebra el Nacimiento de la Iglesia.
Releer el pasaje de los Hechos de los Apóstoles así nos lo hace comprender.
La Iglesia naciente es Casa que recibe.
La Iglesia naciente es Vida compartida.
La Iglesia naciente es voz que anuncia y proclama.
La Iglesia naciente es oído atento y corazón que hospeda.
La Iglesia naciente es Iglesia en Salida.
Iglesia que proclama y anuncia su mensaje.
Un mensaje que necesariamente tiene que dialogar
con cada realidad cultural anunciando en cada lengua las maravillas de Dios.
Una Iglesia que no haga acepción de personas.
Una Iglesia que sea escucha y este atenta a la voz de la gente
Una Iglesia que hable de Dios.
De un Dios Padre Creador, todopoderoso y “todocuidadoso”
De un Dios Hijo Salvador, reconcilió al mundo con el Padre
De un Dios Hijo Espíritu Santo, santificador, alma y sostén de la creación.
Esta vida eclesial, personal y comunitaria, porque Iglesia somos todos los bautizados
¿Es posible sólo con nuestra humanidad?
La humanidad tiene una dimensión espiritual que se manifiesta de diferentes maneras.
Es el aliento de Dios que sopla en todo y en todos.
Esta dimensión espiritual atraviesa la cotidianeidad de todos y cada uno de los que habitamos en esta casa común. Dimensión que se expresa en una multiplicidad de filosofías de vida, de acciones, de expresiones, etc…
En cada una de ellas estamos invitados a descubrir y admirarnos ante la presencia de las “Semillas del Verbo” que hay en las mismas.
Vivir esta dimensión, para nosotros miembros de la Iglesia,
es posible por la presencia del Espíritu, del Espíritu Santo.
De ese Espíritu que el Señor envía para renovar la faz de la Tierra.
Sin su ayuda divina poco podríamos.
Cada día es un Pentecostés.
Cada día el Espíritu nos renueva.
En lo personal, en lo comunitario, en lo universal.
Te invito a terminar esta lectura con la Secuencia de Pentecostés.
Es para leerla y “rumiarla” en oración.
SECUENCIA DE PENTECOSTÉS
Ven, Espíritu Santo,
y envía desde el cielo
un rayo de tu luz.
Ven, Padre de los pobres,
ven a darnos tus dones,
ven a darnos tu luz.
Consolador lleno de bondad,
dulce huésped del alma
suave alivio de los hombres.
Tú eres descanso en el trabajo,
templanza de la pasiones,
alegría en nuestro llanto.
Penetra con tu santa luz
en lo más íntimo
del corazón de tus fieles.
Sin tu ayuda divina
no hay nada en el hombre,
nada que sea inocente.
Lava nuestras manchas,
riega nuestra aridez,
cura nuestras heridas.
Suaviza nuestra dureza,
elimina con tu calor nuestra frialdad,
corrige nuestros desvíos.
Concede a tus fieles,
que confían en tí,
tus siete dones sagrados.
Premia nuestra virtud,
salva nuestras almas,
danos la eterna alegría.
Amén. Aleluia.
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