Como recordarás querido lector, en escritos anteriores te he contado que vivo enfrente de un río y que las temperaturas del país donde vivo en verano llegan a más de 40 grados en algunas ocasiones y a -45 grados en otras cuando es invierno. Pues después de recordarte lo que he escrito anteriormente, déjame contarte que hace poco menos de una semana nos informaron de que como estábamos en primavera se estaban aún deshelando algunas partes del norte donde la temperatura llegaba a ser mucho más fría que donde me encuentro. Por lo tanto, por ese fenómeno el agua sube.
Al subir el agua junto con la lluvia que cae pues ya te imaginarás qué cantidad de agua tenemos. Nos avisaron que la presa que tenemos a 120 km. aproximadamente se había llenado tanto que ya no aguantaba más la presión. Esto nos lo avisaron un martes y nos dijeron que probablemente si el tiempo no mejoraba se tendría que abrir poco a poco la presa para que no se rompiera, por lo que todas las casas que estuvieran frente al río se inundarían.
La mayoría de la gente piensa que vivir junto a un río es vivir rodeado de un paisaje hermoso, con árboles verdes, aguas moviéndose, barcos navegando, motos de agua y personas en kayak. Realmente es un lugar precioso, sí, pero que también está lleno de peligros al estar tan cerca del agua.
Del martes en adelante los vecinos y mi familia comenzamos a prepararnos y a poner bolsas con arena alrededor de las casas. Al final parecían más unas fortificaciones de guerra que casas en sí. En las carreteras principales también acortaron carriles y pusieron estas protecciones.
Después de esto, los vecinos poco a poco comenzaron a irse. Por mi ventana vi cómo llenaron sus vehículos con lo que pudieron porque no te puedes llevar toda tu casa. Tienes que ver primero a qué lugar vas y luego ver qué te llevas. Esto me hizo reflexionar que, como nos enseñó San Francisco, cuanto menos cosas se tiene se obtiene la felicidad completa. En este caso veía la cara de angustia de todos mis vecinos al dejar la mayor parte de sus pertenencias ya que no se sabía con certeza hasta dónde subiría el río.
Para el viernes de la semana pasada ya mis vecinos no estaban y el caos de vehículos era peor por el recorte de carriles. Nosotros no teníamos ningún lugar al que ir por lo que nos quedamos en casa esperando hasta el último momento. Supuestamente el sábado era el día que abrirían las puertas de la presa. Ese día temprano me levanté viendo mis plantas e ideando cosas para dejarles suficiente agua y que no se murieran en el tiempo que yo no estuviera en casa ya que podría ser que regresara en 15 días o en 2 meses como nos tocó la última vez que tuvimos inundación.
Cuando empecé a hacer las maletas me puse a pensar en las veces en que a lo largo de nuestra vida vivimos inundaciones las cuales nos llenan aunque no siempre estas inundaciones son negativas. Yo recuerdo que antes de comenzar los challenges estaba muy alejada de Dios y de pronto sentí como una inundación en mi mente, en mi corazón y comencé a darme cuenta que Dios es el que me inundaba. Me inundaba de felicidad, me inundaba de amor y me inundaba de paz.
Paz es una palabra que se dice y escribe tan fácil, pero es tan difícil de conseguir… Esa paz la encontré cuando me dejé inundar del amor de Dios, cuando al fin lo entendí porque aunque toda mi vida había estado conmigo no había permitido que me inundara y ponía esa presa cerrada que no importaba qué tanto me inundara con su amor.
Yo no abría las puertas para que ese amor se desbordara y contagiara a todo lo que estaba a mi alrededor. Hasta que por fin me dejé inundar. Abrí las puertas de mi presa donde me sentía presa (valga la redundancia) y puedo decir que me dio paz y mucho amor.
Te estarás preguntando, ¿qué pasó con la presa que había cerca de mi casa? Pues para el mediodía del sábado anunciaron que no había caído suficiente lluvia y no era necesario abrirla, pero que estuviéramos atentos. El domingo hizo un día muy soleado y así los siguientes tres días por lo que el agua bajó y ya no hubo necesidad de abrir las puertas de la presa. Mis vecinos poco a poco regresaron y ya estamos quitando nuestras fortificaciones de sacos de arena.
Esa inundación no se dio para bienestar de todos. Pero la inundación de Dios en mí sí se dio y gracias a eso puedo sentir su amor y compartirlo con todas las personas que se ponen en mi camino. Lo importante es abrir las puertas de nuestra presa y dejarnos inundar de su amor.
Y tú, ¿ya abriste las puertas de la presa de tu corazón?
Comparte este artículo:
0 comentarios