En 2021 conocí más profundamente al santo de Loyola, a través del Challenge.
La figura y la fuerza transformadora de Íñigo, Ignacio, San Ignacio, aún me interpela, como también el “mundo jesuita”, con sus matices y avatares.
Instantáneamente y, sin investigación previa, a pura intuición, comparé tres personalidades que supe después originaron numerosa bibliografía:
Íñigo López de Recalde -San Ignacio- nació en Loyola, en 1491. Falleció en 1556. Vivió 65 años.
Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá de Henares, en 1547. Falleció en 1616. Vivió 69 años.
Alonso Quijano –don Quijote– oriundo de “algún lugar de La Mancha”, nació del genio literario de don Miguel. No refiere el narrador cuántos años vivió el caballero de la triste figura; sólo se nos permite saber que recorrió durante extensas jornadas los caminos claroscuros del Siglo de Oro.
Tres hombres que dejaron honda huella desde una corporeidad real, dolida y resiliente los dos primeros; desde el saco de personaje dibujado por la pluma, el tercero.
En aquella España de luces y sombras, ¿conoció Cervantes el legado de San Ignacio? A juzgar por las virtudes con que revistió al hidalgo manchego, imagino que sí. Y no sólo que escuchó mencionar al de Loyola, sino que compartía sus valores y la fe en Cristo y María, a pesar de críticas contrarias.
Fruto de aquella intuición tan clara, si me permitís la contradicción, nació este poema:
PARALELOS
Dos hombres fueron dados a luz
en aquellos siglos que de Oro se llamaron.
Músculo y sangre vascuence el primero;
de papel y pluma la carne del segundo.
Caballería andante en novelescas lecturas disfrutaron.
Para el de Azpeitia, destino nobiliario de oropeles y batallas;
respetable vida de hidalgo castellano para el manchego.
Armas velaron ambos caballeros amparados por la noche:
en acogedora ermita el joven; el otro, en expuesto corral junto a la Venta.
Bombona fatal torció la ensoñación donde la gloria mimaba al de Loyola;
molinos de viento castigaron al ascético Señor de lanza en ristre.
Afrentas no consintieron a la Madre amorosa de nuestro Señor;
ejemplos dieron de amor hacia el hermano vistiendo pobres,
acogiendo a desvalidos y opulentos con igual presteza,
sembrando palabra certera en bachilleres, en castigadas mozas,
en hombres y mujeres sembrados en los caminos.
Destino Barcelona los dos fijaron y además,
París e Italia renacentista visitó el designado Santo.
Colosos del amor virtuoso, amó Quesada los preciados atributos de Dulcinea,
amor carnal desestimó el jesuita y entregóse al prójimo buscando Cielo.
Íñigo gestó a San Ignacio;
Alonso Quijano fue Quijote.
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