La misericordia expresada en tres parábolas

por | Abr 1, 2022

La misericordia se identifica con la compasión o el perdón y por la riqueza concreta del pueblo de Israel que en virtud de su experiencia, se haya en la confluencia de dos corrientes de pensamiento: la compasión y la fidelidad.

Dice León-Dufour, en su Vocabulario de teología bíblica:

“El primer término hebreo rahamim, expresa el apego instintivo de un ser a otro. Según los semitas este sentimiento tiene su asiento en el seno materno. El segundo término hebreo, hesed, traducido originariamente en griego por una palabra que también significa misericordia, eleos, designa de suyo la piedad, relación que une a dos seres e implica fidelidad. Con esto recibe la misericordia una base sólida. Las traducciones de las palabras hebreas y griegas oscilan de la misericordia al amor, pasando por la ternura, la piedad o conmiseración, la compasión, la clemencia, la bondad y hasta la gracia”.

Dios manifiesta su ternura desde el principio hasta el fin con ocasión de la miseria humana; el hombre, a su vez, debe mostrarse misericordioso con el prójimo a imitación de su creador.

 Jesús mostraba a través de sus actos el rostro de la misericordia divina, acogiendo a los pecadores que se veían excluidos del Reino de Dios por la mezquindad de los fariseos y proclama el Evangelio de la misericordia infinita, en la línea directa de los mensajes auténticos del Antiguo Testamento. Los pecadores arrepentidos se regocijan en el corazón de Dios, comparables con la oveja o la dracma perdida y hallada (Lc 15, 7-10), o el padre que está acechando el regreso de su hijo y cuando lo descubre de lejos “siente compasión” y corre a su encuentro (Lc 15, 20).

El mensaje de la misericordia en el Nuevo Testamento se modela y se desarrolla recogiendo la parte mejor de la enseñanza del Antiguo Testamento, profundizando en su concepto y enriqueciéndolo de contenidos. Jesús advierte que el juicio final recaerá sobre las obras de misericordia que hayamos practicado con el prójimo más necesitado, y que Él considera hacia sí mismo (Mt 25, 31-46).

La Misericordia expresada en tres palabras

La Misericordia de Dios está dirigida a todas sus criaturas, incluso a aquellos que lo decepcionan. El evangelista Lucas retoma el tema de la misericordia divina en su Evangelio con tres parábolas que expresan el inmenso amor de Dios por sus hijos, dispuesto a acogernos, a perdonarnos. Son las tres parábolas de la misericordia que nos invitan a reflexionar sobre este tema, que presentan tres realidades, tres cosas que se pierden: una oveja, que es un animal; una moneda, que es un objeto (dinero) y una persona, que es el hijo. La idea concreta es alegrarse de la conversión: la alegría que viene del perdón y la conversión como el resultado del perdón.    

Estas parábolas están compuestas literariamente con un dato similar: señalar la alegría de volver a encontrar lo que se había perdido; el pastor que vuelve trayendo la oveja perdida sobre sus hombros, llama a sus amigos y vecinos; la mujer que había perdido su moneda, convoca igualmente a sus amigos y vecinos; el padre del joven se alegra al recuperarlo y celebra una fiesta. Introducen claramente el tema del perdón.

El contexto nos sitúa en la acogida que Jesús hace a los pecadores. En estas parábolas nos encontramos “pérdidas” que al final se vuelven a encontrar y las tres son una reflexión sobre el misterio de la conversión y del perdón.

La misericordia en la vida espiritual, en la vida relacional e interpersonal.

La misericordia sintetiza el misterio de la fe cristiana y sostiene la vida de la Iglesia, cuya credibilidad pasa por el camino del amor compasivo y misericordioso.

A veces insistimos en la justicia y olvidamos ser misericordiosos en nuestra relación con los seres humanos. Como cristianos deseamos alcanzar una meta más alta: la de la misericordia y el perdón, tratando de volver a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar al futuro con esperanza.

Juan Pablo II hacía notar el olvido del tema de la misericordia en la cultura actual:

“La palabra y el concepto de misericordia, parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado. Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia… Debido a esto, muchos hombres y muchos ambientes, guiados por un vivo sentido de la fe, se dirigen casi espontáneamente a la misericordia de Dios” (DM, 2)

 En este contexto, es urgente para la Iglesia dar testimonio en el mundo de la misericordia humana y divina. Porque, como decía Juan Pablo II,

“la Iglesia vive una vida auténtica cuando profesa y proclama la misericordia, el atributo más estupendo del Creador y del Redentor, y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora”(DM, 13)

Anunciar la misericordia.

Como Iglesia tenemos la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, y comprometidos en la nueva evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral. La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo, del que ella se hace sierva y mediadora. Por eso, allí donde la Iglesia se haga presente, allí ha de ser evidente la misericordia del Padre.

misericordia

No podemos olvidar el imperativo de Jesús en el Evangelio según san Lucas: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36). Estamos ante un programa de vida tan comprometedor como rico de alegría y paz. Ese imperativo de Jesús se dirige a cuantos escuchan su voz (Lc 6,27) lo cual significa que hemos de recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige e interiorizarla, y podremos así contemplar la misericordia de Dios y asumirla como estilo de vida.

Ante cualquier necesitado nuestra misericordia ha de ser “maternal y paternal”, al estilo de la misericordia de Dios. En cualquier caso, hemos de tener presente que la misericordia que practicamos para con nuestro prójimo es la vía más adecuada para que descubran la misericordia de Dios.

El arrepentimiento ante Dios nos ayuda a abrirnos con confianza a su perdón, a su misericordia; nos da fuerza para cambiar poco a poco nuestra manera de vivir. En el corazón misericordioso de Dios, todos vamos a encontrar la fuerza poderosa para vivir de manera gozosa. Jesús presenta al Padre que va en busca de los perdidos.

La misericordia representada en el pastor, la mujer y el padre, se ponen en acción para encontrar lo que se ha perdido.

El pastor va en busca de la oveja, y cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros y la presenta como un trofeo. La mujer que tenía diez monedas y pierde una, que es una parte importante y se pone a buscarla por toda la casa hasta encontrarla. El padre recupera al hijo que ejerciendo su libertad, se marcha con su parte de la herencia, y cuando vuelve, es acogido y se celebra una fiesta.

 Las tres parábolas tienen como objetivo la vuelta del pecador aunque desde puntos de vista diferentes. La oveja y la moneda son seres materiales y hay que ir a buscarlos; las dos primeras, son parábolas de la búsqueda, sin embargo, la tercera habla más de la conversión, aunque Jesús presenta la búsqueda del padre que va al encuentro del pecador y la búsqueda del pecador que va al encuentro de la acogida del padre; pensando en demostrar que la acogida de los pecadores no suprime el derecho de los justos y en definitiva es una invitación a cambiar.

 “La misericordia, tal como Cristo nos la ha presentado en la parábola del hijo pródigo, tiene la forma interior del amor, que en el Nuevo Testamento se llama ágape. Tal amor es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo, toda miseria humana y singularmente hacia toda miseria moral o pecado” (DM, n. IV, 6)

Estas parábolas nos enseñan cómo es Dios, pues su corazón es misericordioso; su corazón de Padre hace el perdón incondicional. Nuestro trabajo para alcanzar el perdón es dejarnos perdonar. El amor y el perdón han de ser las reglas más importantes de nuestra vida, para trascender cualquier otra regla, cualquier otra ley. Jesús murió por nosotros cumpliendo el gesto más grande de amor. Es importante aprender la lección de ser misericordiosos y saber perdonar.

El cristiano ha de amar y “simpatizar” con el prójimo, tener una auténtica compasión en el corazón y no “cerrar sus entrañas” ante un hermano que se halla en la necesidad, ya que el amor de Dios mora en los que practican misericordia.

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1 Comentario

  1. P. Jormin

    Excelente reflexión 🙂

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