Imagen de Benjamin Balazs en Pixabay
Desde hace más de un año tengo el gusto y el honor de pertenecer a un grupo de mujeres, las cuales nos reunimos una vez por semana en un curso llamado Entrenamiento cognitivo impartido por Verónica Corti. En estos encuentros nos acercamos unas a otras desde muchas perspectivas… todo lo referente a lo cognitivo: atención, memoria, creatividad, pensamiento lateral, resolución de problemas, y además el compartir desde lo personal: vivencias, motivaciones, sueños.
La semana pasada estábamos viendo lo que era la esperanza y una de las participantes nos compartió de Antonio Machado lo siguiente:
“Dice la esperanza: un día, la verás si bien esperas.
Dice la desesperanza: sólo tu amargura es ella.
Late corazón, no todo se lo ha tragado la tierra»
Al comenzar a compartir sobre esto, sentí dentro de mí como que hubiera abierto los ojos, como que al fin hubiera comprendido el porqué de mi desesperanza. Comprendí entonces que la esperanza era sinónimo de espera y desesperanza de desesperación. Por supuesto en mi comprender.
Muchas veces en mi vida he tenido la esperanza de que algo suceda, pero de la forma que quiero y cuando yo quiero, sin darme cuenta que los tiempos de Dios son diferentes y que ese esperar CON FE debe ser lo que me mantenga. Pero como me suele pasar, no espero y desespero, haciendo o decidiendo cosas que luego me traen amargura y desesperanza.
Comprendí que muchas veces he caído en el pensamiento de que algo NO es posible, sin pensar que NADA es imposible para Dios y, si se tiene FE, se puede tener esperanza y, por lo tanto, se puede esperar a que las cosas sucedan.
Hablamos sobre lo que es posible o imposible y en realidad los límites se los colocan a cada persona. Todos sabemos dentro de nosotros la verdad, lo que sucede muchas veces es que no la queremos ver o no queremos hacerla.
Respecto a esto recordé la historia de la manzana que se sentía muy desdichada y le habla a Dios diciéndole:
Diosito, Diosito, quisiera pedirte el favor que me subas a la rama más alta del árbol, porque estoy segura que si estoy arriba podré ver las estrellas mejor de como las veo desde aquí y eso me hará feliz.
A lo que Dios le responde muy cariñosamente, ¿estás segura, manzanita, que eso te hará feliz?
Sí, responde la manzanita.
A lo que Dios la tomó entre sus manos y la colocó hasta la rama más alta del árbol.
Al pasar el tiempo la manzana vuelve a llamar a Dios… Diosito, Diosito, ¿puedo pedirte otro favor?
A lo que Dios responde… dime manzanita.
La manzanita dice: podrías decirle a uno de tus pájaros que me tome del tronco y me lleve a la montaña más alta para poder ver más de cerca las estrellas y podría quizás tocarlas… Así realmente seré feliz.
A lo que Dios responde tomándola entre sus manos… Manzanita, no necesitas subir hasta la montaña para ver las estrellas, porque la estrella la tienes dentro. Y la partió por la mitad dejando ver la estrella que siempre ha tenido dentro.
La manzanita admirada le dice: “¡Dios, si tengo una estrella dentro!”.
Todos tenemos una estrella por dentro pero muchas veces no somos capaces de verla y necesitamos que nos partan por la mitad para poder observarla. El autor de esa historia no lo conozco pero sí me hace reflexionar que no debo buscar fuera lo que tengo dentro… y que mi fe hacia Dios es lo que me hace fuerte y me mantiene con esperanza.
Así, en estas pocas palabras, quise decirte mi sentimiento sobre la esperanza. ¿Cuál es tu opinión?, ¿qué has experimentado sobre la esperanza y la desesperanza?
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