Poder vislumbrar desde qué lugar vivimos los acontecimientos de nuestras vidas y cómo nos paramos frente a ellos, es fundamental para poder comprender lo que ellos nos generan: qué sentimientos nos habitan, qué tipo de respuestas solemos dar, de qué manera nos “defendemos” de aquello que nos pasa; si nos quedamos mirando el árbol o somos capaces de contemplar el bosque.
Nuestras conductas son el resultado de nuestras percepciones y del valor de verdad que le damos a nuestra manera de percibir. Y debemos tener en cuenta que no siempre vemos la realidad con tanta claridad como creemos; nuestros condimentos “imaginativos” (pensamientos, suposiciones, interpretaciones, asignaciones de intencionalidades, etc.) tiñen nuestra manera de percibir la realidad y desencadenan sentimientos en nosotros que nos llevan a realizar determinadas conductas. Es importante que podamos ser conscientes de ello para ampliar nuestra mirada y crecer en nuestro accionar cotidiano.
¿A qué me refiero con vivir con conciencia de ola o de agua?
Te comparto una Perla Preciosa de Norberto Levy para poder reflexionar… (Del libro de La Sabiduría de las Emociones)
“Conciencia de OLA: Si uno se ubica a orillas del mar puede observar cómo cada ola comienza, es decir, cómo se diferencia del resto del mar al cual pertenece, cómo luego crece en tamaño y fuerza, de qué modo alcanza su plenitud, y cómo, al acercarse a la orilla, estalla, se disuelve en espuma y vuelve a confundirse con el mar mientras otra ola ya ha comenzado el mismo itinerario… Y así una y otra vez…
Imaginemos ahora que esa ola tuviera AUTOCONCIENCIA y que dijera: “Yo soy esta ola”. Su nacimiento ha sido celebrado por su entorno y se relaciona con sus vecinas más cercanas que han nacido en el mismo momento que ella, luego va observándose crecer y puede incluso compararse con otras olas de al lado y ver si es más grande, si es más chica y puede decir: “¡Qué ola fantástica que soy, qué ola maravillosa!”. O: “¡Qué ola pequeña que soy! ¡Nadie me va a tener en cuenta!
Cuando ve que una ola que tiene adelante ha terminado, se sobrecoge de intenso dolor y en su desgarro exclama: “¡Oh!, ¡se murió mi amiga… con la que recorrimos tanto, y a la que nunca más volveré a ver!”.
En el momento en el que a esta ola le llega su declinación, comienza a experimentar la angustia que le produce su propia muerte: “Yo soy ola, y si dejo de ser ola, dejo de ser… por lo tanto, quiero ser ola la mayor cantidad de tiempo posible… me reconozco en mi condición de ola y todo lo que amenace mi condición de ola es una amenaza fundamental para mi ser”.
Para una conciencia humana el recorrido de una ola transcurre en menos de un minuto, pero para esta hipotética conciencia es toda una vida; por lo tanto equivaldría a lo que vivimos en 70 u 80 años”.
“Conciencia de AGUA: Imaginemos ahora que esta conciencia de ola, después de haber experimentado la angustia de su muerte y la celebración de su nacimiento miles de millones de veces, experimentara una expansión de su conciencia que le permitiera un buen día decir: “¡Caramba! En realidad lo que YO SOY ES AGUA. Lo que constituye MI SER ESENCIAL ES SER AGUA, Y MI CONDICIÓN DE OLA ES UNA FORMA TEMPORARIA QUE MI SER AGUA TIENE DE MANIFESTARSE… Por lo tanto cuando yo termine como ola, lo que termina no es mi ser esencial, SINO UNA FORMA…”
Cuando esa conciencia registra su condición de AGUA se ha conectado con un rasgo de su ser que está más allá de su nacimiento y muerte como ola. “Ha tomado contacto con el Espíritu en ella.”
Imaginemos ahora cómo viviría su existencia de ola una vez que desarrolló conciencia de agua: Podría vivir cada momento de su devenir ola sin angustia pues sabría que su ser esencial no está comprometido en esas vicisitudes. Cuando viera cesar a una vecina estrellándose “prematuramente” estrellándose sobre unas rocas antes de llegar a la orilla, o cuando ella misma experimentara su propia muerte, podría acompañar con más serenidad tales sucesos sabiendo que lo que cesa es sólo una forma temporaria…
Cuando el ser humano alcanza este estado ha trascendido la identificación con su forma particular y se ha conectado con aquello de sí mismo que está más allá de su nombre y apellido, más allá del nacimiento y la muerte”.
Tal vez esta reflexión nos puede invitar a contactar con la idea de “eternidad”, con sabernos soñados por Dios desde antes de nuestra existencia material… y con la conciencia de que los vínculos con nuestros seres queridos no se acaban con la muerte, ellos siguen viviendo junto a nosotros de una manera diferente.
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