Por: Luis Pitel Huertas.
Los seres humanos vivimos en una constante búsqueda de la felicidad, el bienestar y el crecimiento personal y espiritual.
El camino hacia ese objetivo no siempre se nos presenta liviano pues no está exento de obstáculos que no siempre sabemos afrontar con garantía de éxito.
En ocasiones, somos incapaces de hallar en las adversidades grandes oportunidades para crecer, para salir adelante poniendo a prueba nuestros propios recursos personales. Existe una característica, en algunos casos innatos aunque mayormente adquirida, que nos permite afrontar estos momentos de crisis con mayor solvencia: la resiliencia, entendida como la capacidad de adaptarse a las situaciones adversas con resultados positivos.

De ahí que cuanto mayor sea la cantidad de recursos con los que contemos para afrontar las crisis, mayor capacidad de resiliencia tendremos, es decir, mayor capacidad de transformación, de crecimiento personal y de fortaleza. La familia, las amistades, el trabajo, todo influye a la hora de desarrollar esta capacidad.
En los últimos tiempos, muchos han sido los ejemplos de resiliencia mostrados por la sociedad. Los ataques a las Torres Gemelas en Nueva York en el año 2001, los asesinatos con tintes racistas en Estados Unidos o los atentados terroristas perpetrados en España son solo alguno de ellos. La fortaleza y la unidad de la sociedad frente a la barbarie y la sinrazón fueron claves a la hora de lanzar un claro y rotundo mensaje al mundo, un mensaje no solo de rechazo, sino también de resistencia y de esperanza por construir juntos un mundo mejor.
Por otro lado, a diario encontramos claros ejemplos de resiliencia en las personas que se ven afectadas por alguna discapacidad o en quienes han sufrido pérdidas como la muerte de un ser querido, cesantía en el trabajo, separación matrimonial, etc.
Aquéllas que, pese a los reveses, aceptan los cambios de la vida y siguen adelante con paso firme, son personas resilientes, resistentes. No en vano, se podría definir resiliencia como el “arte de resistir”. Si bien es cierto que no todos reaccionamos de la misma manera ante las situaciones adversas, existen una serie de pautas que nos permiten afrontarlas de manera resiliente:
1. Aceptar la vida como se nos presenta asumiendo la realidad en cada momento como paso previo a un cambio personal.
2. Mostrar una actitud positiva ante la vida, es decir, saber extraer aspectos positivos de los momentos duros. Al fin y al cabo, todo pasa y los problemas también.
3. Aprender de cualquier situación nos permitirá avanzar y conocernos mejor.
4. Encontrar sentido a la vida en todo y cada uno de los momentos, incluso en los más difíciles.
Tomando prestada una frase de los diarios escritos por la judía neerlandesa Etty Hillesum durante la Segunda Guerra Mundial y que constituye la esencia de su pensamiento, “la vida es bella a pesar de todo”.

Imaginemos el sufrimiento y el dolor que rodeaban a la joven Etty durante el Holocausto nazi y cómo supo sobreponerse cual semilla que cae en terreno árido y, pese a ello, florece y da el fruto de una férrea y profunda espiritualidad que sirvió y sigue orientando en la actualidad a muchas personas.
A través de su vida y su manera de afrontar las circunstancias podemos afirmar con rotundidad que Etty constituye un claro ejemplo de resiliencia en tiempos convulsos.
El concepto de espiritualidad en relación a la figura de Etty está estrechamente relacionado con el concepto que abordamos en este artículo. En ese sentido, habría que destacar la fe y la esperanza como dos elementos de gran valor e inherentes al conjunto de creencias repartidas por todo el mundo. Para nosotros los cristianos, la Biblia es nuestra gran aliada. En ella encontramos consuelo, consejos y correcciones necesarias ante determinadas situaciones. Y gracias a Dios, que nos entrega las herramientas imprescindibles, podemos afrontar con garantías cualquier desafío. Él desea que nos llenemos de su fortaleza, que aprendamos lecciones de todos y cada uno de nuestros desafíos para crecer.
Para ello, solo es necesario acercarnos y establecer un estrecho vínculo con Él.
En la Biblia aparecen numerosos ejemplos de resiliencia. En primer lugar, se nos muestra a Abraham, el padre de la fe, el cual esperó durante años por su hijo Isaac y recibió las promesas de parte de Dios (Génesis 21:22). El segundo lo encontramos en la historia de José, el joven que fue vendido como esclavo por sus hermanos y que, con el paso del tiempo, llegó a ser muy poderoso como primer ministro de Egipto (Génesis 41:41). Otro caso a destacar es el de Job, varón perfecto y temeroso de Dios, quien pasó por muchas pruebas, pero al final de ellas fue perfeccionado, restaurándole Dios todas sus riquezas y dándole nuevos hijos (Job 42:10).
Más tarde, el apóstol Pablo en una de sus carta a los Corintios dejó constancia de su resiliencia:
“Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2do Corintios 12:10).

El concepto de resiliencia abarca al conjunto de los seres vivos: la flora y la fauna, también están expuestas a sufrir circunstancias desfavorables que conllevan una adaptación y transformación con el paso del tiempo. No están exentos, por tanto, de desarrollar esta capacidad.
Podemos concluir que abandonarnos a nuestra suerte ante cualquier contratiempo, desgracia o infortunio es, en ocasiones, la opción más sencilla. Sin embargo, aunque la vida nos ponga a prueba una y mil veces y pese a que nos cueste inicialmente, debemos agarrarnos a ese hilo de esperanza, de vida, aunque ello suponga cambios drásticos que debamos realizar en pro de nuestro bienestar y nuestro crecimiento personal y espiritual. De nosotros depende que veamos la botella medio vacía o medio llena.
Interioricemos el concepto ya que, por sí sola, la resiliencia no constituye la solución a los problemas, pero favorece el que nos sintamos capaces de tomar decisiones que ayuden a transformarlos en oportunidades. Ya se sabe que “cuando una puerta se cierra, otra se abre” y que “lo que no nos mata, nos hace más fuertes”. Sin olvidar nunca, hermanos, que “Dios aprieta, pero no ahoga”.
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